sábado, 21 de noviembre de 2015

Carta del suicida. Gonzalo Rojas

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.

Perdí mi juventud en los burdeles... Gonzalo Rojas

Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.

Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.

Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.

A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.

Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.

Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.

No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Amor Oculto. Manuel del Palacio

Ya de mi amor la confesión sincera
Oyeron tus calladas celosías,
Y fue testigo de las ansias mías
La luna, de los tristes compañera.

Tu nombre dice el ave placentera
A quien visito yo todos los días,
Y alegran mis soñadas alegrías
El valle, el monte, la comarca entera.

Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma con latido ardiente,
Sin yo quererlo, te lo diga a voces;

Y acaso has de ignorarlo eternamente,
Como las ondas de la mar veloces
La ofrenda ignoran que les da la fuente.

Romance sin Título. Lope de Vega

A mis soledades voy.
De mi soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.

¡No sé qué, tiene la aldea
Donde vivo y donde muero,
Que con venir de mí mismo
No puedo venir más lejos!

Ni estoy bien ni mal conmigo;
Mas dice mi entendimiento
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,
Y solamente no entiendo
Cómo se sufre a sí mismo
Un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,
Fácilmente me defiendo;
Pero no puedo guardarme
De los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,
Pero con falso argumento;
Que humildad y necedad
No caben en un sujeto.

La diferencia conozco,
Porque en él y en mí contemplo,
Su locura en su arrogancia,
Mi humildad en su desprecio.

O sabe naturaleza
Más que supo en otro tiempo,
O tantos que nacen sabios
Es porque lo dicen ellos.

«Sólo sé que no sé nada»,
Dijo un filósofo, haciendo
La cuenta con su humildad,
Adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,
De desdichado me precio;
Que los que no son dichosos,
¿Cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,
Porque dicen, y lo creo,
Que suena a vidrio quebrado
Y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio
Ver que todos le perdemos,
Unos por carta de más,
Otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente
Se fue la verdad al cielo:
Tal la pusieron los hombres
Que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos
Los propios y los ajenos,
La de plata los extraños,
Y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,
Si es español verdadero,
Ver los hombres a lo antiguo
Y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos
Y quejánse de los precios;
De medio arriba, romano,
De medio abajo, romeros.

Dijo Dios que comería
Su pan el hombre primero
Con el sudor de su cara,
Por quebrar su mandamiento;

Y algunos inobedientes
A la vergüenza y al miedo,
Con las prendas de su honor
Han trocado los efectos.

Virtud y filosofía
Peregrinan como ciegos:
El uno se lleva al otro,
Llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,
Universal movimiento,
La mejor vida el favor,
La mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,
Y no me espanto, aunque puedo,
Que en lugar de tantas cruces
Haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros
Cuyos mármoles eternos
Están diciendo sin lengua
Que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo,
Porque solamente en ellos
De los poderosos grandes
Se vengaron los pequeños!

Fea pintan a la envidia:
Yo confieso que la tengo
De unos hombres que no saben
Quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,
Sin tratos, cuentas ni cuentos,
Cuando quieren escribir
Piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,
Tienen chimenea y huerto;
No los despiertan cuidados,
Ni pretensiones, ni pleitos.

Ni murmuraron del grande,
Ni ofendieron al pequeño;
Nunca, como yo, firmaron
Parabién, ni pascua dieron.

Con esta envidia que digo,
Y lo que paso en silencio,
A mis soledades voy,
De mis soledades vengo.