sábado, 24 de marzo de 2012

Cada Ciudad Puede Ser otra. M. Benedetti

Cada ciudad puede ser otra
cuando el amor la transfigura
cada ciudad puede ser tantas
como amorosos la recorren

el amor pasa por los parques
casi sin verlos amandolos
entre la fiesta de los pajaros
y la homilia de los pinos

cada ciudad puede ser otra
cuando el amor pinta los muros
y de los rostros que atardecen
unos es el rostro del amor

y el amor viene y va y regresa
y la ciudad es el testigo
de sus abrazos y crepusculos
de sus bonanzas y aguaceros

y si el amor se va y no vuelve
la ciudad carga con su otono
ya que le quedan solo el duelo
y las estatuas del amor



 Ciudad de México

miércoles, 21 de marzo de 2012

La Mujer


Soy un hombre de contrastes, siempre lo he dicho, e incluso es muy notorio para la gente que me conoce, gusto de serlo, Hace alrededor de un año empece a escribir un blog cuyo significado y sentido todavia no comprendo perfectamente, una necesidad de expresión pública me llevaron a crearlo pero  la pregunta fue, es y sigue siendo: ¿Para Quién?

Una de las premisas bajo las cuales me rijo es nunca señalar de manera directa a alguien bajo su nombre propio de esta manera invoco al anonimato a través de mi seudonimo: El Marqués de Carabás e invoco a mis personajes reales o no bajo el nombre de su daemon ((daimon en griego) realmente significa inspiración espiritual o pensamiento creador Δαίμων y en latín Dæmon) que osadamente me atrevo a atribuirles; de entre ellos el  que mas destaca es "La Mujer",para Conan Doyle Irene Adler es el personaje en sus novelas y cuentos que  pasa a la historia como el único adversario que fue capaz de engañar y vencer a  Sherlock Holmes, quien se refiere a ella luego del hecho lleno de respeto según el doctor Watson sencillamente como "La Mujer", sin llamarla por su nombre.

"Y así fue como se evitó un gran escándalo que pudo haber afectado al reino de Bohemia, y cómo los planes más perfectos de Sherlock Holmes se vieron derrotados por el ingenio de una mujer. Él solía hacer bromas acerca de la inteligencia de las mujeres, pero últimamente no le he oído hacerlo. Y cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso título de La Mujer"
Las aventuras de Sherlock Holmes. Escándalo en Bohemia.


De Igual forma José Saramago (Nobel de Literatura 98) tiene en su versión del Evangelio según Jesucristo su propia interpretación de la Mujer:

"Buscó con los ojos a María deMagdala, la vio cerrar lentamente los párpados y hacer un gesto de asentimiento y, sin másdemora, se acercó al hijo y le dijo, en el tono de quien está seguro de no tener que decirlo todo para ser entendido, No tienen vino. Jesús volvió lentamente la cara hacia la madre, la miró como si ella le hubiera hablado desde muy lejos, y preguntó, Mujer, qué hay entre tú y yo, palabras éstas, tremendas, que las oyó quien allí estaba, con asombro, extrañeza, incredulidad, un hijo no trata así a la madre que le dio el ser, harán que el tiempo, las distancias y las voluntades busquen en ellas traducciones, interpretaciones, versiones, matices que mitiguen la brutalidad y, de ser posible, den lo dicho por no dicho o digan que se dijo lo contrario, así se escribirá en el futuro que Jesús dijo, Por qué vienes a molestarme con eso, o, qué tengo yo que ver contigo, o, Quién te ha mandado meterte en eso, mujer, o, Qué tenemos que ver nosotros con eso, mujer, o, Déjame a mí, no es necesario que me lo pidas, o, Por qué no me lo pides abiertamente, sigo siendo el hijo dócil de siempre, o, Haré lo que quieres, no hay desacuerdo entre nosotros. María recibió el golpe en pleno rostro, soportó la mirada que la rechazaba y, colocando al hijo entre la espada y la pared, remató el desafío diciéndoles a los servidores, Haced lo que él os diga"




Así presento dos visiones opuestas de una misma frase. Por lo tanto puedo asegurar que escribo esto para mi "La Mujer".

El Gato


Es interesante ver pasar el tiempo
En los ojos cerrados de un gato
Esperando que despierte
Con suerte un día pasará
Y estaremos ahí para verlo
Eso, si es que el Gato no está muerto.


miércoles, 14 de marzo de 2012

El Ciervo. Liu Tsung Yüan


Un hombre capturó un cervatillo, durante una cacería. Con el propósito de domesticarlo, lo llevó a su casa. En el portón, moviendo la cola y ladrando, salieron a recibirlo sus perros. El cazador, con el cervatillo en brazos, ordenó a los criados que contuviesen a los perros. Al día siguiente fue a la perrera con el corzo, el látigo en la mano, y lo acercó a las bestias para que lo olieran. Y así todos los días hasta que se acostumbraron al recién llegado. Al cabo del tiempo, ignorante de su propia naturaleza, el ciervo jugaba con los perros.
Los embestía con dulzura, corría, saltaba entre ellos, dormía sin miedo a su lado. Temerosos del látigo, los perros le devolvían caricia por caricia.
A veces, sin embargo, se relamían los hocicos.
Un día el ciervo salió de casa. En el camino vio una jauría. Al punto corrió a unirse a ella, deseoso de jugar. Pronto se vio rodeado por ojos inyectados y dientes largos. Los perros lo mataron y devoraron, dejando sus huesos esparcidos en el polvo. El ciervo murió sin entender lo que pasaba.


miércoles, 7 de marzo de 2012

El verdugo. A. Koestler

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.

Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:

-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!

Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:

-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.


Un rajá que se aburre. Alphonse Allais

¡El rajá se aburre!

¡Ah, sí, se aburre el rajá!

¡Se aburre como quizá nunca se aburrió en su vida!

(¡Y Buda sabe si el pobre rajá se aburrió!)

En el patio norte del palacio, la escolta aguarda. Y también aguardan los elefantes del rajá. Porque hoy el rajá debía cazar al jaguar.

Ante yo no sé qué suave gesto del rajá, el intendente comprende: ¡que entre la escolta!; ¡que entren los elefantes!

Muy perezosamente, entra la escolta, llena de contento.

Los elefantes murmuran roncamente, que es la manera, entre los elefantes, de expresar el descontento.

Porque, al contrario del elefante de África, que gusta solamente de la caza de mariposas, el elefante de Asia sólo se apasiona con la caza del jaguar.

Entonces, ¡que vengan las bailarinas!

¡Aquí están las bailarinas! Las bailarinas no impiden que el rajá se aburra.

¡Afuera, afuera las bailarinas! Y las bailarinas se van.

¡Un momento, un momento! Hay entre las bailarinas una nueva pequeña que el rajá no conoce.

-Quédate aquí, pequeña bailarina. ¡Y baila! ¡He aquí que baila, la pequeña bailarina!

¡Oh, su danza!

¡El encanto de su paso, de su actitud, de sus ademanes graves!

¡Oh, los arabescos que sus diminutos pies escriben sobre el ónix de las baldosas! ¡Oh, la gracia casi religiosa de sus manos menudas y lentas! ¡Oh, todo!

Y he aquí que al ritmo de la música ella comienza a desvestirse.

Una a una, cada pieza de su vestido, ágilmente desprendida, vuela a su alrededor.

¡El rajá se enciende!

Y cada vez que una pieza del vestido cae, el rajá, impaciente, ronco, dice:

-¡Más!

Ahora, hela aquí toda desnuda.

Su pequeño cuerpo, joven y fresco, es un encantamiento.

No se sabría decir si es de bronce infinitamente claro o de marfil un poco rosado. ¿Ambas cosas, quizá?

El rajá está parado, y ruge, como loco:

-¡Más!

La pobre pequeña bailarina vacila. ¿Ha olvidada sobre ella una insignificante brizna de tejido? Pero no, está bien desnuda.

El rajá arroja a sus servidores una malvada mirada oscura y ruge nuevamente:

-¡Más!

Ellos lo entendieron.

Los largos cuchillos salen de las vainas. Los servidores levantan, no sin destreza, la piel de la linda pequeña bailarina.

La niña soporta con coraje superior a su edad esta ridícula operación, y pronto aparece ante el rajá como una pieza anatómica escarlata, jadeante y humeante.

Todo el mundo se retira por discreción. ¡Y el rajá no se aburre más!



Vishnu sabe como divertirse, su esposa Lakshmi debe amarlo mucho.