lunes, 31 de octubre de 2011

Espera Detente, Eres tan Bello

Espera detente, eres tan Bello. Espera detente, eres tan Bello; debí haber leído estas líneas por lo menos diez veces antes de comenzar a entenderlas, no podía concebir la idea de ¡como alguien podría referirse al mismo demonio con estas palabras!, ¿cuán distante o cercano podía estar el demonio de la belleza?
(He comenzado a leer Historia de la Belleza de Umberto Eco, pero eso será motivo para un análisis individual)

Nietzsche dice: (conjugado en presente (también forma parte de un experimento propio)) el destino de los hombres esta hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices; La felicidad es una búsqueda no un estado, pero si llegásemos a alcanzar un estado de felicidad constante... ¿acaso no nos atreveríamos a tratar de detener el tiempo? Tratando de recordar un momento en mi vida en el que lo haya deseado, solo puedo tener certidumbre en haberlo pensado una sola  vez. El hombre por naturaleza siempre se encontrará en la búsqueda de conocimiento y bienestar, del saber y sentir, de alguien a quien amar, y alguien por quien ser amado, el saberse necesitado por o para algo, el tener uno o varios  objetivos y una vez cumplidos tener otros más.
En 1997 le euforia de las finales del baloncesto en la NBA y su icono: el magnifico Michael Jordan (era un verdadero espectáculo ver jugar en vivo a ese hombre, nunca se sabia de lo que era capaz) no hacia, sino causar un verdadero fanatismo entre los jóvenes de ese entonces, mi padre colocó una canasta de baloncesto en la cornisa de mi casa que daba de frente a la calle y durante muchas tardes los enfrentamientos deportivos que sostuvimos mi hermano, mi padre y yo me hicieron llegar a pensar: podría hacer esto para siempre.
Mephistopheles le ofreció al Doctor Fausto un trato que no podría rechazar (como Vito Corleone en El Padrino de Mario Puzo).


Marlon Brando en El Padrino de Francis Ford Coppola

MEFISTÓFELES: Estos son mis pequeños. Escucha cómo incitan, con sabiduría, al placer y a la acción. Haciéndote salir de la soledad, donde los sentidos se atrofian y los humores dejan de fluir, quieren atraerte hacia la amplitud del mundo. Deja ya de avivar el rencor que, como un buitre, te va devorando la vida. La peor de las compañías te hace sentir que eres un hombre entre los hombres. Pero no se pretende que te sumas en el vulgo. No soy ninguno de los grandes, pero si quieres caminar junto a mí a través de la vida, con gusto estaré contigo en el acto. Soy tu compañero y, si te parece bien, seré tu servidor, tu criado.
FAUSTO: ¿Y qué habré de cumplir yo a cambio?
MEFISTÓFELES: Tienes todavía un plazo largo para ello.
FAUSTO: No, no. El diablo es egoísta y no hace nada que le sea útil a otro por amor de Dios. Expón claramente cuáles son tus condiciones; un criado así pone la casa en peligro.
MEFISTÓFELES: Quiero ponerme a tu servicio aquí. Cuando des la señal, ni me detendré ni descansaré, pero cuando volvamos a encontrarnos allí, tú deberás hacer lo mismo conmigo.
FAUSTO: El futuro apenas me inquieta. Si destruyes este mundo y lo conviertes en ruinas, el otro surgirá después. Pero mis alegrías brotan de esta tierra y este sol ilumina mis dolores. Si he de separarme de ellos con antelación, entonces que ocurra lo que sea. No quiero oír nada acerca de si en el más allá se amará o se odiará y de si también en aquellas esferas hay un arriba y un abajo.
MEFISTÓFELES: En ese caso puedes arriesgarte. Únete a mí. Durante estos días verás con placer cuáles son mis artes. Te daré lo que nunca ha visto hombre alguno.
FAUSTO: ¿Qué podrás darme tú, pobre diablo? ¿Alguno de los tuyos ha llegado a comprender alguna vez las altas aspiraciones del espíritu humano? ¿Qué es lo que ofreces? Alimento que no sacia; oro candente que, como el mercurio, se escapa de las manos sin descanso; un juego en el que nunca se gana; una muchacha que, abrazada a mi pecho, ya guiña el ojo y se entiende con el más cercano; el espléndido y divino placer del honor, que se desvanece como un meteoro. Muéstrame frutos que se pudran antes de nacer y árboles que verdeen de nuevo cada día.
MEFISTÓFELES: No me asusta semejante encargo; puedo, muy bien, brindarte esos tesoros. Pero, buen amigo, se acerca el tiempo en el que podremos disfrutar en plena paz de algo bueno.
FAUSTO: Si llega el día en el que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo que sea de mí; si entonces logras engañarme con lisonjas haciendo que me agrade a mí mismo, ese será para mí mi último día. En eso consistirá mi apuesta.
MEFISTÓFELES: ¡La acepto!
FAUSTO: Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo: «¡Espera, Detente, eres tan bello!», puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado para mí.
Fausto, J.W. Goethe

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu mensaje a mi estúpido Blog.