Viajó por todo el mundo, leyó, estudió, rezó, cambió sus programaciones mentales, experimentó fórmulas alquímicas, hasta que al fin obtuvo lo que tanto quería: la inmortalidad física. “¡El tiempo me otorgará su sabiduría, las generaciones futuras me admirarán, seré dueño del planeta!” Fueron pasando los siglos. La humanidad siguió su evolución: los cuerpos se estiraron, las mandíbulas se estrecharon, los cráneos aumentaron de tamaño, los huesos perdieron su peso y los omoplatos se convirtieron en alas. El inmortal vagaba pegado al suelo, provocando muecas de asco en la humanidad volante.
viernes, 21 de diciembre de 2012
El Bufón. Alejandro Jodorowsky
-Maestro, lo más bello que hay en el mundo es la diferencia. Por eso creo que Dios se desespera: todo es igual a él.
-Para su felicidad estás tú que no te pareces en nada.
-Para su felicidad estás tú que no te pareces en nada.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Complicidad
No siempre puedo considerar
Tu burla como maldad
Ni tus besos como sinceros
pues adustos o bellos
son tuyos todos ellos
muestra inequívoca de locura
Tuya y mía
Pues sería necio negar
que el haber vivido
bajo el mismo cielo
No ha corrompido
mi cordura en delirios
De amar y no amar
lo que dices y a veces insinúas.
Más no cejo en el intento
de algún día romper
de cristal tu cuerpo
y tragar uno a uno
desgarrándome por dentro
los filosos pedazos de tu ser...
Y al instante comprender
Si eres Tu quien me traiciona
O soy Yo quien se deja vencer.
Tu burla como maldad
Ni tus besos como sinceros
pues adustos o bellos
son tuyos todos ellos
muestra inequívoca de locura
Tuya y mía
Pues sería necio negar
que el haber vivido
bajo el mismo cielo
No ha corrompido
mi cordura en delirios
De amar y no amar
lo que dices y a veces insinúas.
Más no cejo en el intento
de algún día romper
de cristal tu cuerpo
y tragar uno a uno
desgarrándome por dentro
los filosos pedazos de tu ser...
Y al instante comprender
Si eres Tu quien me traiciona
O soy Yo quien se deja vencer.
Para mayores Informes
Para Mayor Información Léeme,
no para mí, sino a mí.
Porque es difícil contrastar
lo oscuro de la oscuridad
y si de repente llego a pensar
un instante banal en ti
es tan pequeño el momento
de escribir o decir verdad
que lo aprovecho sin tardanza
a veces mezclando pensamientos
iniciados con uno o varios cuentos
iniciados con uno o varios versos
de temas tan variados que empiezo
a relatar una historia por su final
para llegar a terminar por el principio
el incierto hecho de mi discurso no es
y repito con sus cuatro letras grandes
NO ES declarar las formas universales
del amor, la soledad o al alma
mas bien, es hacerte saber con gentileza
que debes buscar con cuidado y sutileza
por que a veces escribo para ti
sin siquiera mencionar tu nombre
y otras tantas lo menciono
para cualquier otra mujer llamada así.
no para mí, sino a mí.
Porque es difícil contrastar
lo oscuro de la oscuridad
y si de repente llego a pensar
un instante banal en ti
es tan pequeño el momento
de escribir o decir verdad
que lo aprovecho sin tardanza
a veces mezclando pensamientos
iniciados con uno o varios cuentos
iniciados con uno o varios versos
de temas tan variados que empiezo
a relatar una historia por su final
para llegar a terminar por el principio
el incierto hecho de mi discurso no es
y repito con sus cuatro letras grandes
NO ES declarar las formas universales
del amor, la soledad o al alma
mas bien, es hacerte saber con gentileza
que debes buscar con cuidado y sutileza
por que a veces escribo para ti
sin siquiera mencionar tu nombre
y otras tantas lo menciono
para cualquier otra mujer llamada así.
sábado, 8 de diciembre de 2012
¿Por?
El Hijo del Hombre en su anonimato público,
No es la Locura una delicia? Y el absurdo una razón?
Pero... falta algo. El símbolo que abra la pregunta,
Importa? Si. Habrá que crearlo y mas importante que creerlo
con lo oscuro y siniestro de lo verdadero y lo falaz y brillante de lo nuevo.
Es Justo, la justicia de lo incomprensible,
la sentencia es dada a favor del sinónimo opuesto,
del igual inverso, de la mujer oculta tras la flor.
Pero... sobra algo. La palabra que cierre la respuesta,
Búscala! No. Es la razón de la locura! Es la Delicia del Absurdo!
Es la tonta idea del corazón latiendo, Por?
No es la Locura una delicia? Y el absurdo una razón?
Pero... falta algo. El símbolo que abra la pregunta,
Importa? Si. Habrá que crearlo y mas importante que creerlo
con lo oscuro y siniestro de lo verdadero y lo falaz y brillante de lo nuevo.
Es Justo, la justicia de lo incomprensible,
la sentencia es dada a favor del sinónimo opuesto,
del igual inverso, de la mujer oculta tras la flor.
Pero... sobra algo. La palabra que cierre la respuesta,
Búscala! No. Es la razón de la locura! Es la Delicia del Absurdo!
Es la tonta idea del corazón latiendo, Por?
Un Mal Trato.
-Véndeme tu alma- le dije, con la mayor neutralidad que mi feliz rostro podía expresar, era tan feliz porque había descubierto la fórmula para obtener la inmortalidad, pero una solicitud de tan relevantes características no puede pronunciarse con una sonrisa ya que la excentricidad de su naturaleza podría confundirla con una broma. -Véndeme tu alma- repetí.
-Si, Acepto- respondió ella. (Para ese entonces sus ojos ya eran hermosos y sus labios apetecibles)
-¿Cuál es tu precio? – dije con desinterés.
-Hazme Inmortal-
-Si, Acepto- respondió ella. (Para ese entonces sus ojos ya eran hermosos y sus labios apetecibles)
-¿Cuál es tu precio? – dije con desinterés.
-Hazme Inmortal-
'Autorretrato como mago' o 'Autorretrato con escena mágica' (1638-39), obra del pintor holandés Pieter van Laer (alias 'Il Bamboccio')
viernes, 7 de diciembre de 2012
El día que Cristo descendió al infierno. Javier García Blanco
Detalle de 'Cristo bajando al limbo', por Andrea Mantegna | Crédito: Wikipedia.
Si repasamos la amplia variedad
de representaciones de Cristo que existen a lo largo de la Historia del Arte,
descubriremos una escena que se repite de vez en cuando —en especial durante la
Edad Media y el Renacimiento—, a pesar de ser una iconografía poco
convencional: el descenso de Jesucristo al infierno.
Esta representación resulta
inusual porque si rebuscamos entre las páginas del Nuevo Testamento,
comprobaremos que ninguno de los cuatro evangelistas menciona en sus textos una
visita semejante de Cristo a las profundidades del averno.
¿De dónde procede entonces esta
escena, en la que a menudo vemos a Cristo sometiendo al Satanás en su propio
territorio, al tiempo que rescata las almas de algunos justos, hasta entonces
en manos de las huestes infernales?
La respuesta hay que buscarla en
los primeros siglos del cristianismo, y concretamente en una fecha cercana al
siglo II de nuestra era, momento en el que se habría escrito el llamado
'Evangelio de Nicodemo', un texto apócrifo que, pese a que nunca alcanzó el
mismo status de los canónicos, gozó de gran popularidad y fue bien visto por
los Padres de la Iglesia.
Según este antiguo texto, tras su
muerte en la cruz y antes de su resurrección al tercer día, Cristo descendió al
infierno. Este singular episodio se habría dado a conocer —según la tradición
del Evangelio de Nicodemo—, gracias al testimonio de los hermanos Carino y
Leucio, hijos del anciano Simeón, amigo de Jesús. Los hermanos habían fallecido,
y según el texto piadoso gozaron de la resurrección tras el descenso de Cristo
al infierno.
Según el relato de los dos
hermanos, el limbo se inundó de pronto de una luz potentísima, por lo que Adán,
los profetas y los patriarcas supieron al momento quién descendía a buscarles.
El diablo, a su vez, se atemorizó ante la llegada del Mesías.
Jesucristo reventó los goznes de
las puertas y aplastó con ellas al diablo. Después liberó a Adán y a todos los
justos que habían muerto antes de la redención de la humanidad —algo que según
la tradición cristiana ocurrió cuando Jesús murió en la cruz—, y que por lo
tanto estaban atrapados en el limbo.
Aunque el origen de este
evangelio apócrifo es muy antiguo, su popularidad aumentó de forma notable a
partir de la Edad Media, y en especial a raíz de su incorporación en 'La
leyenda dorada', una célebre recopilación de vidas de santos elaborada por
Jacopo della Voragine.
De ahí que a partir de esas
fechas la singular escena de Cristo derribando las puertas del infierno para
rescatar a los justos apareciera una y otra vez en las obras de numerosos
artistas, incluso en grandes figuras como Fra Angelico, Mantegna o Durero.
En realidad los relatos en los
que un dios o héroe desciende a los infiernos o al inframundo son muy
habituales y comunes a distintas culturas de buena parte del mundo. Esta
aventura —casi siempre son relatos de carácter épico— se denomina catábasis, y
su viaje inverso —es decir, el retorno al mundo de los vivos o resurrección—,
se conoce como anábasis.
En occidente es bien conocido el
descenso de Dante a los infiernos relatado en 'La Divina Comedia', y lo mismo
sucede con las aventuras de Odiseo (Ulises) y de Heracles (Hércules) en el
Hades griego, pero hay muchos más ejemplos. Entre ellos está el caso de Orfeo,
que descendió al inframundo para rescatar a su amada Eurídice, o el de los
dioses Adonis y Atis.
Algo similar encontramos en el
islam, pues según algunos hadices y el llamado 'Libro de la escala', Mahoma
descendió al infierno acompañado por el arcángel Miguel.
En el mundo maya fueron los
hermanos Hunahpú e Ixbalanqué los que descendieron al Xibalbá, el particular
inframundo de esta cultura precolombina, donde se enfrentaron a los temibles
señores de la muerte. En Japón, es Izanagi quien baja a rescatar a Izanami y
así, una y otra vez, en prácticamente todas las culturas del globo.
Homenaje al Creador. Pan Gu nos bendiga.
En el principio no había nada en
el universo salvo un caos uniforme y una negra masa de nada. Es inconcebible
para el hombre imaginar una situación donde no existe nada. El caos comenzó a
fusionarse en un huevo cósmico durante 18.000 años. Dentro de él, los
principios opuestos del yin y yang se equilibraron y Pangu salió del huevo, que
normalmente es representado como un gigante primitivo y velludo vestido con
pieles. Pangu emprendió la tarea de crear el mundo: dividió el yin del yang con
su hacha gigante (hacha de la cual se desconoce el origen), creando la tierra
del yin y el cielo del yang. Para mantenerlos separados permaneció entre ellos
empujando el cielo hacia arriba. Esta tarea le llevó 18.000 años, elevándose el
cielo cada día un zháng (丈, equivalente a 3'33 metros) mientras
la tierra se hundía en la misma proporción y Pangu crecía también la misma
longitud. En algunas versiones, Pangu es ayudado por los cuatro animales
principales: la tortuga, el qilin, un ave y el dragón.
Después de otros 18.000 años,
Pangu se tumbó a descansar.Era ya tan mayor que su sueño fue llevándolo
lentamente hacia la muerte. De su respiración surgió el viento, de su voz el
trueno, del ojo izquierdo el sol y del derecho la luna. Su cuerpo se transformó
en las montañas, su sangre en los ríos, sus músculos en las tierras fértiles,
el vello de su cara en las estrellas y la Vía Láctea. Su pelo dio origen a los
bosques, sus huesos a los minerales de valor, la médula a los diamantes
sagrados. Su sudor cayó en forma de lluvia y las pequeñas criaturas que
poblaban su cuerpo (pulgas en algunas versiones), llevadas por el viento, se
convirtieron en los seres humanos. Así, Pangu dio origen a todo lo que
conocemos hoy en día.
Por que Cantamos. Benedetti.
Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil
usted preguntará por qué cantamos
si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza
usted preguntará por qué cantamos
si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro
usted preguntará por que cantamos
cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino
cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos
cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota
cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta
cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil
usted preguntará por qué cantamos
si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza
usted preguntará por qué cantamos
si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro
usted preguntará por que cantamos
cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino
cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos
cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota
cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta
cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.
miércoles, 28 de noviembre de 2012
La Lluvia.
Anoche mire el cielo y me di cuenta que intentaba decirme algo,
pero por desgracia no hablo cielo, a lo mucho hablo un poco de tierra,
aunque me hago entender muy bien en viento,
pero a través de algunas señas y con un balbuceo poco reconocible logre descifrar sus palabras,
Entre nubes difuminadas como dibujo a lápiz de carbón el cielo me dijo:
-Tú me recuerdas a alguien que en su andar caminaba con tus pisadas,
pesadas y sin forma, pero a diferencia tuya ese hombre lloraba-
Respondí -¿Qué no has visto que ha empezado a llover y tu llanto moja mi cara?-
pero por desgracia no hablo cielo, a lo mucho hablo un poco de tierra,
aunque me hago entender muy bien en viento,
pero a través de algunas señas y con un balbuceo poco reconocible logre descifrar sus palabras,
Entre nubes difuminadas como dibujo a lápiz de carbón el cielo me dijo:
-Tú me recuerdas a alguien que en su andar caminaba con tus pisadas,
pesadas y sin forma, pero a diferencia tuya ese hombre lloraba-
Respondí -¿Qué no has visto que ha empezado a llover y tu llanto moja mi cara?-
lunes, 26 de noviembre de 2012
La Bruja.
Las circunstancias bajo las
cuales siempre llegaba a casa a altas horas de la madrugada eran populares y comunes, no debía sorprender a
nadie una buena borrachera, ni una estupenda borrachera y mucho menos una magnífica
borrachera, o tampoco sería sorpresa el que el amor me haya cogido (como dicen
los Ibéricos) a horas inadecuadas en lugares lejanos, todos sabemos que contra
el amor nadie puede luchar ni siquiera la muerte misma, de esta manera ya sea
por beber una copa o besar a una mujer (una bella mujer de preferencia) y sus
múltiples y placenteras combinaciones aprendí a desdeñar aquellas historias
macabras que los padres cuentan suceden de noche, generalmente para desmotivar
aquel poderoso llamado nocturno (casi siempre sin éxito) tales como los
accidentes automovilísticos, los robos, asesinatos, secuestros y todas aquellas
cosas tan en boga en ese entonces. Me gustaba caminar de noche era tan
relajante hacerlo en silencio, en penumbra, cuando tus pasos hacen eco en las
calles desiertas y de repente te transformas en parte de la noche misma junto
con las estrellas (si es que el cielo esta estrellado) o junto con las nubes
(si es que el cielo esta nublado) con el gato en celo luchando por amor (más
bien por coito) y esas sombras, las propias y las ajenas que proyecta el poco
alumbrado público que escolta cual guardia de honor el regreso triunfal a casa,
una bola flotante de fuego suspendida frente
a la ventana de la casa de mis vecinos apago de tajo mi evocación
idílica llenando mi cuerpo de ese frio estremecedor y esa violenta angustia que
los valientes (o tontos) no conocemos, pero que los cobardes llaman… miedo. Las
llamas goteaban de la esfera ardiente a unos 20 metros del piso, -una bruja-
bromeé (tal vez lo hice para no llorar) mientras repetía hacia mis adentros lo
que tantas veces había presumido “no le temo a nada” saque con decisión (aunque
con torpeza) mi celular del bolsillo de mi pantalón y active la cámara,
realmente estaba temblando (de frío) y obtuve una fotografía.
Ignorando el extraño fenómeno me
dirigí a casa fingiendo reconocer bajo el método científico una explicación
lógica y en extremo estadísticamente improbable -pero cierta- de aquella eventualidad cósmica ocurrida
frente a mis narices (que en ese momento pudieron haber sido más de cien).
Jajaja ¡un rayo globular! lo
sabía, el generoso Google me dio la respuesta después de haber pasado una de
las peores noches que cualquier hombre pudiera recordar
“El rayo
globular, también conocido como centella, rayo en bola o esfera
luminosa, es un fenómeno natural relacionado con las tormentas eléctricas.
Toma la forma de un brillante objeto flotante que, a diferencia de la breve
descarga del rayo común, es persistente. Puede moverse lenta o rápidamente, o
permanecer casi estacionario. Puede hacer sonidos sibilantes, crepitantes o no
hacer ruido en absoluto. Uno de los primeros intentos de explicar el rayo
globular fue registrado por Nikola Tesla en 1904. Se ha postulado que los rayos
globulares podrían ser el origen de las leyendas que describen bolas luminosas,
tales como la del Anchimallén de la mitología mapuche (del sur de Argentina y Chile
). Durante la Segunda Guerra Mundial los pilotos de bombarderos aliados
informaron en muchas ocasiones ser «escoltados» por un rayo globular volando
cerca de la punta de sus alas. Debido al desconocimiento del fenómeno durante
ese período, los pilotos los llamaron foo fighters.”
El día siguiente al suceso mi estado de ánimo
estaba tenso y mis profundas ojeras eran notorias, aquella en la que pienso
siempre me pregunto -¿Pasaste una mala
noche?
Tal vez debí contar mi historia en ese entonces
para liberar mi alma de aquella congoja, pero no me creería, ya en anteriores
ocasiones había sido victima de rechazo al referir mis relatos y la única
evidencia que poseía era una borrosa imagen en mi nada avanzado teléfono de un
punto brillante en un fondo oscuro –Si, una mala noche, no pude dormir bien-
respondí.
Era frecuente pasar la noche en vela frente al
monitor tecleando letras y signos en conjuntos que formaban cuentos y poemas
dedicados a la pulverizante oscuridad de la noche y a la deslumbrante belleza
de sus ojos (de aquella en la que pienso siempre (aunque este con otra)), la
mayoría de estos nunca han sido leídos mas que la vez que fueron escritos. Este
es un ejercicio casi imposible de realizar durante el día, dice Baldomero Fernández Moreno “El
poeta, la calle y la noche, se quieren los tres...”
Esa misma tarde
antes de que oscureciera estaba ya en mi cuarto puesto en ropa de dormir con
música de fondo para no ponerme nervioso mirando a través de una rendija (fue un
agujero que hice yo mismo) de mi cortina, en la ventana que da justo de frente
al ventanal de la casa de mis vecinos, -¿será acaso posible que se suceda tan extraño fenómeno nuevamente?- me
preguntaba.
Esta vez estaba
bien equipado con una poderosa cámara Sony de 5 megapíxeles, flash y zoom de 3x
ni siquiera el mismo Dios podría ocultarse de mi. En el transcurso de la noche
nada sorprendente acaeció y después de
cierto tiempo, el sueño lucho contra mi mermada voluntad de seguir observando venciéndome
al fin poco antes de las tres de la
madrugada, mi cuerpo yacía sobre la cama aun sosteniendo la cámara cuando un
sonido hirió mi apacible cordura: unos pequeños toques en mi ventana.
¿Un Ave? ¿Un
Insecto? ¿QUÉ ES ESO? ¿QUÉ
PRODUCE ESE SONIDO? No pude, levantarme apartar la cortina y enfrentar la
imagen entre las sombras de la noche de aquello que se sostenía al otro lado
del cristal llamándome con tres toques consecutivos y rápidos “Tac, Tac, Tac”
No pude.
Otra noche sin
dormir, las sabanas envolvían mi cuerpo totalmente tal como una mortaja, debe
ser un instinto primitivo el que hace sentir la necesidad de estar rodeado por
algo o de tener la espalda cubierta o por lo menos contra la pared para no
recibir un ataque desde una perspectiva obtusa a nuestra vista. Esta vez debía
aceptarlo si, tenía miedo.
El día siguiente
debí contar mi historia, lo hice primero a mi familia, y luego a mis amigos más
cercanos, solo la mitad me creyeron, la mitad restante se rieron y la otra
mitad dudaron, cabe destacar que para tener tres mitades debes de inventar a
algunos… después de todo tal vez todo fue un sueño, solo un mal sueño, bebí
algunas copas y la luz que vi fue un reflejo de algo mas mundano, los sonidos
en mi ventana fue nerviosismo y el sentimiento de que esta maldición me
perseguiría para siempre se confirmo durante la noche siguiente cuando en mi
ventana recibí, a las tres de la mañana una visita esperada pero nada grata
“Tac, Tac, Tac” la justificación me llevo a imaginar una mano de aspecto
cadavérico, de tono verdoso mas con textura de escamas que de piel y uñas
largas como garras, en resumen una pata de gallina humanizada tocando con su
largo dedo medio donde portaba un anillo de oro mi frágil ventana.
Una noche mas sin
dormir, las actividades laborales de la oficina no parecieron tan importantes
cuando decidí no asistir, los reportes pendientes no parecieron tan urgentes
cuando la cordura se esta perdiendo, ¿a quien le importa una factura cuando una
bruja llama en tu ventana?
Si, una bruja, una bola de fuego flotando en
la noche sobre las casas de la ciudad con una estructura incorpórea que se
materializa a su antojo, ajo, tijeras, listones rojos, remedios caseros y agua
bendita, todo para que la maldita no aparezca más, Padre Nuestro, no me
acuerdo, Ave María, ¿Cuándo acabara esta agonía? La noche se volvió mi tormento
¿acaso esto acabaría enfrentándola cara cara? Me cambie de cuarto tres o cuatro
veces, me cambie de casa un par de ellas y de ciudad una más, deje a aquella en
la que pensaba siempre (porque además no
me creía) pero a las tres de la mañana encontrándome en cualquier lugar el “Tac, Tac, Tac” de mi ventana me seguía.
Pero ese era mi castigo, mi castigo por verla, a donde sea que fuera los gatos
morían frente a mi casa y siempre habitaba un enjambre de moscas donde ella su
mano posaba, siempre en el punto de en medio de mi ventana, las sombras de mi
rostro se volvieron mi rostro.
Regrese a casa, a
mi verdadera casa después de tantos años, para ese entonces mi historia era ya
bien conocida, una vecina con quien salí un par de veces antes de corromperme y
que aún conservaba una hermosa sonrisa me preguntó: ¿Aún conservas la
fotografía que le tomaste?
-Si, aún-
respondí
-Hace tiempo que
deseo hablar contigo, cuando alguien me contó del porque te fuiste te busque
para contarte mi propia historia… mi historia de la noche que viste a la bruja-
Con incredulidad
y amargura le pregunte -¿De que hablas Lis?
Flor de Lis me
contó que esa noche había vivido la misma pesadilla que yo había pasado largos
años, la historia fue casi idéntica solo que algunas horas antes, la fotografía,
los toques en la ventana, el miedo, la incertidumbre, siempre a las dos de la
mañana, ¿La diferencia? Ella no vio una bola de fuego sino un asqueroso y
pululante lagarto de enormes
proporciones antropomorfas, pero… y esto es importante la maldición se esfumo
cuando se esfumo la fotografía.
Esa era la clave,
la fotografía, sin embargo para mi no bastaba borrarla, hacia tiempo que me
dedicaba a indagar este fenómeno y ya la había enviado a un centenar de
personas para que la investigasen, la había cargado a incontable numero de
foros en la red para su discusión e incluso envié un articulo a una revista
especializada que por supuesto nunca se publico, ya no tenia control sobre la
imagen, no tenia control sobre nada.
Esa noche
sabiéndome insomne por siempre me propuse establecer una tregua con la bruja y
comencé a redactar una carta donde desahogara mis años de suplicio, una carta
tan larga donde contara mis penas de amor y de vida, de empleos perdidos, de
corazones rotos, de las tantas veces que me llamaron loco; así una pagina sobrevino a otra y a esta a su
vez… una mas.
Me gusta mucho
escribir y en mis relatos incluir
referencias circulares y concéntricas: un cuento dentro de un cuento, un sueño
dentro de un sueño, un cuento dentro de un sueño, un sueño dentro de un cuento,
el tiempo circular y retrogrado, si esto fuera un simple relato no seria
sorprendente que el llamado de la bruja fuera en verdad una manifestación
subconsciente de mi mismo que en un ataque de sonambulismo me pusiera de pie
todas las noches para matar gatos y arrojar heces para culminar el rito con
tres toques en mi ya famosa ventana “Tac, Tac, Tac” eso explicaría del porque a
donde quiera que voy sucede, o viajes en el tiempo, siempre, todo se puede
resolver con una buena paradoja y un bien desarrollado bucle temporal,
fantasmas, de antepasados ocultos, de memorias olvidadas de entes sobrenaturales que mas que venganza
claman justicia, de la mujer que ahora, después de su muerte convertida en bola
de fuego purificador va volviendo locos a cada uno de los amigos de su pequeño
hijo que murió en circunstancias nunca esclarecidas tomando la forma de lo que
mas teme cada uno (eso explica la
aparición a Flor de Lis) pero por desgracia este no es un simple relato, aunque
todos ellos tomaron lugar en mi larga y explicita narración que colgó esa noche
a las afueras de mi ventana.
Una tregua, lo
que pretendía era causar lastima al ente, que al disponerse a tocar con su
largo dedo mi ventana encontrase una carta que leyese y leyese hasta que llegara
la mañana y la bruja debiese regresar a su guarida, el escrito tan extenso no
podía leerse en menos de cuatro horas lo que ocasionaba que llegadas las seis
de la mañana el sol repudiara a su oscura presencia, ¿Su respuesta?
Conmovedora, incluso un poco halagadora con marca de carbón y pulso tembloroso
solo aguardaba en la última hoja que quedaba una bien marcada firma:
Fue la primera
noche que no escuche su llamado en tantos, tantos años, ahora sabia lo que
debía hacer pues a partir de entonces un
cuento inconcluso y uno que otro poema escribía, cada día para ella, los gatos
muertos y los olores fétidos han desaparecido y ha crecido en proporción
geométrica mi trabajo, así el día lo ocupo para escribir lo que de noche me
permitirá dormir, seria tonto decir que soy feliz pero al menos ya no soy
desgraciado y una admiradora tengo que estoy seguro que en el momento en que le
aburra entrara esta vez SI por mi ventana para reclamar lo poco que me queda de
cordura.
¿La Firma? ¿Qué es lo que significa? En mi mal
persa es el apodo que ella me puso, es como ella me llama: Sherezada.
jueves, 8 de noviembre de 2012
Happy New Year. Cortazar
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
NO PUEDES, por razones técnicas
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
NO PUEDES, por razones técnicas
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Oráculo
Por supuesto que había escuchado del Oráculo,
Oráculo se refiere a una respuesta divina a
una consulta directa, por lo general prediciendo el futuro, también se refiere
al lugar, estatua, santuario o símbolo donde se le hacen preguntas a los
dioses. El concepto del oráculo se originó en Delfos, un templo en Grecia
dedicado a Apolo. Se dice que la gente pagaba a una sacerdotisa vitalicia para
que les hiciera preguntas a los dioses. La sacerdotisa de Delfos se llamaba
Pitia, de Pytho, nombre antiguo de Delfos. De ahí también Pyton, una serpiente
sagrada de la diosa Gea que se supone Apolo había matado en ese lugar, y de la
cual obtuvo sus poderes proféticos. Pitia hacia un complicado ritual. Unos
dicen que incluía vapores alucinógenos, los cuales le ayudaba a comunicarse con
los dioses. Otras sacerdotisas oraculares actuaban en el mundo antiguo,
especialmente romano, bajo la protección de Apolo sobre todo, y se las conocía
como sibilas (Sibylla quien es un personaje importante en uno de mis
cuentos) pero siempre había sido temeroso de consultarlo, numerosas
tragedias se han intentado evitar tratando de conocer el futuro pero éstas solo
lo han hecho aún más mortal, saber mi destino podría ser tan cruel o bello, que
de la primera me asustaría ensombrecer mi alma ya desde ahora conociendo mi
porvenir infausto, de la segunda me asustaría deslumbrarme con tanta belleza
que me fuera imposible mirarlo de frente. Pero el destino había sido generoso
conmigo, me había permitido conocer cosas secretas, inimaginables al resto del
mundo.
Hacia tiempo, había una mujer que me amaba
intensamente pero dudaba de que yo le correspondiera de la misma forma así que
pasaba el tiempo preguntándose si habriamos de estar juntos por siempre (por siempre es mucho tiempo pero es una definición
bastante real del tiempo, es decir el "por siempre" si existe),
así después de una larga búsqueda llego a donde decían se encontraba el puente
entre el saber divino y la ignorancia mortal. El haber llegado ahí por
naturaleza propia fue una hazaña formidable sin embargo la consulta tenía un
precio muy alto que ella no estaba dispuesta a pagar, ella debía sacrificar
aquello más valioso en su vida: su amor por mí.
Sentada en la banca de un parque ella pensaba con
aflicción la forma de proceder ¿era acaso imposible entregarse completamente
sin temor al fracaso? Mientras meditaba esta idea un anciano la saludo
cordialmente y solicito permiso para sentarse en la misma banca a lo que ella
accedió.
-Te ves afligida- le dijo
-Si tengo algunos problemas- respondió ella
-Si es por tu novio no te debes de preocupar, él
te ama intensamente igual o más de lo que tu lo amas a él, pero... y tu lo
sabes bien, existe alguien más que también sueña contigo y con tu amor y quien
daría su vida para que le correspondieses con tan solo una efímera mirada, no
temas al tiempo, incluso el árbol más grande y antiguo, del bosque más poblado,
dejará de existir, pero no sin antes haber dejado semillas que retoñaran y
comenzarán nuevamente el ciclo interminable de las cosas, si tu pregunta es ¿Si
te quedaras con él? La respuesta es no, pero si tu pregunta es ¿Me ama ella más
que él? La respuesta es si.
-¿Ella?- pregunto con extrañeza
-Si ella, Laura- contesto el anciano
Con rapidez ella comprendió que el oráculo había
respondido, y sintió vergüenza al darse cuenta que se encontraba frente a
alguien que sabia todo de ella, que conocía de su traición lésbica y que el
miedo de nuestro futuro (de ella y mio) era
más bien el miedo a su futuro (solo de ella y de
las elecciones que debía tomar). Se puso de pie y con rapidez y miedo se
dirigió a buscarme sin siquiera voltear la cabeza para mirar atrás porque sabia
perfectamente que el anciano ya no se encontraba ahí.
Ella me contó todo y con lágrimas en los ojos me
juro que a pesar de todo el amor que sentía por mí efectivamente se sentía
atraída por ella. Yo, la abrace y le jure amor eterno aunque en ese instante
supe que nuestro "por siempre" nunca existió.
Busque al Oráculo por años para reclamar su
intervención no solicitada (o tal vez, para preguntar si es que acaso ¿existirá
alguien que alguna vez me ame tanto como ella lo hizo?) pero nunca lo
encontré.
Pero ahora, que el árbol había caído y de sus
semillas había retoñado una nueva simiente, ahora que anhelaba el amor de otra
mujer, en un acceso de locura me pregunté: ¿Y Aquella en la que pienso...
piensa en mí también?
El Oráculo apareció, bajo la forma de un ser tan
etéreo que no lo noté sino hasta que su voz se alzó contra mí pronunciando mí
nombre:
-Señor Marqués, ¿Quiere usted saber en verdad que
siente Aquella en la que usted siempre piensa?
La mujer que me hizo la pregunta se erigía con
fortaleza y sabiduría, con tal autoridad que sin duda alguna haber dicho un
"no" habría significado un estricto y merecido castigo... ¿Como
decirle que no?
-El miedo es una poderosa fuerza- respondí -Yo
mismo la ha usado-
La mujer era hermosa, tanto como Aquella en la
que pienso siempre, su parecido era notorio, sin duda alguna era parte de la
burla, porque nunca lo había notado sino hasta el momento que me ofreció el
fruto del conocimiento (que debe tener un sabor muy
acido), mi mirada, de sus ojos fue a su boca siguiendo su cabello,
pudieran ser hermanas... o primas, pensé.
-Aún no estoy listo, dame más tiempo- le dije
temblando
-El conocimiento es Poder, poder de elegir, el
tiempo se acaba y es inevitable sucumbir ante el futuro. El futuro es hoy y
ahora mismo se teje entre tus manos como un fluido invisible en el que te
ahogas irremediablemente. ¿Quieres saber?
-Si, pero no así-
-Entonces ¿Como?
-Quiero entrar en sus sueños y ver con quien
sueña, si conmigo o con alguien más-
-¿Y si sueña con monstruos?-
-Me convertiré en un monstruo-
-¿Y si sueña con el cielo?-
-Me convertiré en nube-
-¿Y si sueña con el mar?-
-Me convertiré en coral-
-¿Y si no sueña?-
-La haré soñar
-¿Y si sueña con alguien más?-
-Lloraré, pero no podre hacer nada y lamentaré nuevamente
tu encuentro-
Al parecer mi respuesta conmovió al Oráculo quien
guardo silencio un momento
-¿Sabes algo? me agradas, te propongo algo:
Olvídate de ella y a cambio te daré el conocimiento del futuro, así
podrás saber que hacer y que no hacer, saber quién y saber donde esta el amor
de tu vida, pero si en verdad era ella la perderás para siempre.-
-No puedo perder algo que no tengo- Respondí
Al instante mis ojos se abrieron y pude ver todo
y a todos como un inmenso lienzo que se desdobla a mi paso y entonces, el
pasado, presente y futuro se apreciaron simultáneos, como la piedra que cae en
agua y extiende las ondas circulares hasta que se funde con el movimiento de
otras ondas, así vi el actuar de los hombres cada movimiento, cada palabra, se expandían
como ondas hacia todos lados provocando movimientos a su vez en las vidas de
los demás hombres, los "si", los "no", los "tal
vez" los "tengo hambre" los "tengo frío" las caricias
en el rostro, los ademanes sutiles, los parpadeos, los suspiros, provocan
movimientos en las vidas de los hombres que inician en su nacimiento pero
que van mas allá incluso de su propia muerte.
-¿Hay forma de detener este movimiento?- Pregunté
al Oráculo que permanecía de pie a mi lado.
-No- fue su fría respuesta-
-Quiero verla- dije
-Sigue su movimiento-
Ella como siempre era hermosa, y sus ojos reflejaban
la alegría de una vida plena, a un lado de su cama yo sostenía su arrugada mano
con fuerza mientras le suplicaba que no me abandonara.
-La Eternidad existe pero el Amor Eterno No- me
susurro con el último de sus alientos.
-En cualquier escenario posible, Aquella en la
que piensas acabará por abandonarte- me dijo el Oráculo
Hubiese llorado en ese entonces pero al ver el
Todo en su totalidad me sentí tan pequeño frente a la Eternidad que me pareció
insignificante, cansado y aturdido por mi nueva condición pedí permiso para
sentarme junto a una joven que parecía triste.
-Te ves afligida- Le dije
La sibila de Delfos (1510, 350 × 380 cm), fresco de
Michelangelo (1475-1564) en la Bóveda de la Capilla Sixtina
miércoles, 31 de octubre de 2012
Freaks. Tod Browning
Creo que soy un freak porque me siento como un freak, esto lo escribo desde la casa de la mujer en
la que pienso siempre, las publicaciones en este blog del mes de Octubre de
2012 han sido sui generis.
Perdí un poco el rumbo y la
inspiración se alejó brevemente de mi,
eso aunado a la carga de trabajo en la oficina que se he incrementado
considerablemente en las ultimas semanas ha limitado mis acostumbradas publicaciones
mensuales, esta vez no publique poesía propia
ni ajena, nada romántico ni de amor ni desamor y precisamente porque no he
estado pensando en esos temas, preparamos una gran fiesta de Halloween (mi
equipo de Uróvoros y yo) y he salido un
par de veces con aquella en la que pienso siempre lo que me ha hecho evocarla
no en la forma idílica en la que lo hago todo el tiempo (que tal vez ni siquiera
exista), sino en la forma real de un
hombre que mira a una mujer a los ojos, mientras ella habla y él trata de poner
tanta atención en lo que dice esperando cualquier indicio del mas mínimo deseo
para satisfacerlo al instante, la forma real de escuchar su peculiar risa y ser
feliz… ser inmensamente feliz por que
ella es feliz y ríe y todos ríen con ella, el café y el mesero y los ancianos
sentados junto a nosotros, caminar con
ella de noche (que es como me gusta caminar) con pasos cortos porque el tiempo
no espera y con palabras breves porque la vida se acaba.
Encontrándome obtuso en la
creación me di a la tarea de recopilar algunos
relatos adecuados a la época (de muertos aquí en México) que cuando los leí me
provocaron miedo “El niño lobo del cine Mari” de José María Merino y “Tenga
para que se entretenga” del virtuoso José Emilio Pacheco. Además de echar mano
de cuento propio aún inconcluso, de un Lipograma
que hace referencia al relato creacionista, una referencia simbológica (que de
ahora en adelante será como llamaré a mis amigos) y finalmente una historia de
miedo real: Del porque se denomina Freaks a la gente rara.
La película Freaks es una
pelicula estadounidense de 1932, dirigida por Tod Browning. En1931 el director
había alcanzado un gran éxito con Drácula. Decidió volver a la
Metro-Goldwyn-Mayer, en donde su amigo Harry Earles, un enano alemán, le
sugirió la idea de adaptar el cuento de Tod Robbins, Espuelas (Spurs), acerca
de la venganza de un enano, artista de circo, hacia la trapecista que intentó
quedarse con su dinero casándose con él.
La película fue un completo
desastre de taquilla y horrorizo al público en su época. Su amigo Harry
interpretó el papel de Hans, el enano, y Tod Browning amplió el número de
intérpretes que desfilarían en la pantalla con personas reales con deformidades
y diversos males incluso mentales que efectivamente trabajaban en circos de la época
exhibiéndose como atracciones, convirtiéndolos en los verdaderos protagonistas
de la cinta, simplemente mostrando en escenas cotidianas su forma de vivir. No
se utilizaron efectos especiales de maquillaje, excepto en una breve escena al
final de la película. Durante muchos años esta película estuvo prohibida en el
Reino Unido, y censurada en muchos países.
Hoy es un clásico de culto, pero
en su tiempo fue considerada repugnante, y el público obligó a que fuera
retirada de las pantallas.
Es destacable la figura de grupo
que intenta reflejar el director en las relaciones internas de los fenómenos de
circo, que forma el verdadero trasfondo de la película: al principio explican
que tienen un código que consiste en que el dañar a uno dañará a todos los demás.
En la escena de la boda los fenómenos aceptan a la trapecista en su círculo
interno: se convierte en "uno de los nuestros".
Cuando se dan cuenta del engaño
hacia su compañero Hans, su venganza hará literal ese título. Y esta parte es
la única justificación de la calificación de esta película como perteneciente
al género de terror.
Uróboros.
El uróboros, también ouroboros, del griego «ουροβóρος», uróvoro, de oyrá, que quiere decir cola y borá, que significa alimento, es un símbolo que muestra a un animal serpentiforme, engullendo su propia cola, conformando con su cuerpo una forma circular. El uróboros simboliza el esfuerzo eterno, la lucha eterna, o el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo.
El Uróboros, es un concepto empleado en diversas culturas a lo largo de al menos los últimos 3.000 años. Engloba varios conceptos similares y otros que no están relacionados y han sido asimilados recientemente por el cine y la televisión. Generalmente un dragón representado con su cola en la boca, devorándose a sí mismo. Representa la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos percibidos como ciclos que comienzan de nuevo en cuanto concluyen. El mito de Sísifo. En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. Se usa como representación del renacimiento de las cosas que nunca desaparecen, solo cambian eternamente.
En un principio su uso más antiguo estaba en la emblemática serpiente del Antiguo Egipto y la Antigua Grecia. Los uróboros se remontan a los jeroglíficos hallados en la cámara del sarcófago de la pirámide de Unis, en el 2300 a. C. El símbolo tradicional consiste en un dragón o una serpiente que se muerde la cola y crea un círculo sin fin.
Igualmente se puede encontrar un mito similar en la mitología nórdica. En esta mitología, la serpiente Jormungand llegó a crecer tanto que pudo rodear el mundo y apresarse su propia cola con los dientes. Este mito fue divulgado más ampliamente por la literatura de entre guerras del siglo XX. El deseo por la consecución del saber oculto, llegar a encarar las fuerzas elementales de la naturaleza, temibles y monstruosas, pero que finalmente conducen hacia la debilidad y la culpa.
El Uróboros representa la personificación de fenómenos naturales como el sol, las olas del mar, etc., subiendo hasta cierta altura y entonces cayendo bruscamente, para volver a empezar. Esto lo relaciona con el mito solar de Sísifo y Helio, el disco del sol que sale cada mañana y después se hunde bajo el horizonte. Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes que alcanzase la cima de la colina, la piedra rodaba de nuevo hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar desde el principio.
En un principio su uso más antiguo estaba en la emblemática serpiente del Antiguo Egipto y la Antigua Grecia. Los uróboros se remontan a los jeroglíficos hallados en la cámara del sarcófago de la pirámide de Unis, en el 2300 a. C. El símbolo tradicional consiste en un dragón o una serpiente que se muerde la cola y crea un círculo sin fin.
Igualmente se puede encontrar un mito similar en la mitología nórdica. En esta mitología, la serpiente Jormungand llegó a crecer tanto que pudo rodear el mundo y apresarse su propia cola con los dientes. Este mito fue divulgado más ampliamente por la literatura de entre guerras del siglo XX. El deseo por la consecución del saber oculto, llegar a encarar las fuerzas elementales de la naturaleza, temibles y monstruosas, pero que finalmente conducen hacia la debilidad y la culpa.
El Uróboros representa la personificación de fenómenos naturales como el sol, las olas del mar, etc., subiendo hasta cierta altura y entonces cayendo bruscamente, para volver a empezar. Esto lo relaciona con el mito solar de Sísifo y Helio, el disco del sol que sale cada mañana y después se hunde bajo el horizonte. Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes que alcanzase la cima de la colina, la piedra rodaba de nuevo hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar desde el principio.
róboros. En la iconografía alquímica el color verde se asocia con el principio mientras que el rojo simboliza la consumación del objetivo del Magnum Opus (la Gran Obra).
Xilografía de un uróboros, por Lucas Iennisius.
Wikipedia
EL HEREJE REBELDE. (Las vocales malditas. Oscar de la Borbolla)
Desde el estrés del Jefe el edén decrece, el excedente le pertenece, se ejercen leyes dementes, se debe beber detergente en vez de leche, ser pelele, ser pedestre, ser deferente; es menester entretenerse en tejer redes, en prender rebeldes. En el este, trece rehenes perecen de sed; en el frente fenecen de herpes, de peste. El edén ennegrece, se pretende reprender herejes, perderles.
-¡Eh, Esther, ven!, relee el deber. El jefe se excede.
-¿Prevees el tren del semestre?...
Me enteré del brete de gente decente en el este: nenes, bebés perecen. El clemente es el Hereje Rebelde: desprende el ente del crecer, mete el entender, cede excelentes mercedes. El Rebelde merece el belvedere…
-Esther, eres efervescente. Ten en mente el menester del Jefe, es rete vehemente, de repente crece, reverdece, expele seres…
-Ese vejete me prende. Es jefe, regente, gerente. Perennemente deberes: “llévenme el neceser”, “llénenme de peces”, “repten”, “trepen”, “dejen de verme”, “récenme preces”, “enderécense”, “respétenme”, “festéjenme”, “perseveren”, “refrénense”, “esperen”, “vegeten”, “déjense”. Se cree el Ser, el Tres Reyes; es el jején del edén.
-¡Esther! ¡Detente! ¿Pretendes descreer de Él?
-¡Efrén, temerle es endeblez! ¡El presente debe ser del Rebelde! Él es terrestre, es el envés del Jefe. De él es ese “dejen de depender”, ese “mézclense”, ese “bésense”, ese “deséense”. El entender debe extenderse.
-¡Esther, se te mete el Rebelde!
-¡Emerge Efrén!, eres decente. Despréndete de ese pelele, es memez de bebel. Ve de frente, mereces se te respete, se te deje beber, expeler semen, tenderte en el césped. Mereces se te revele el ser del éter celeste, se te eleve, se te deje emprender. El emprender es el eje del entender…
-Efrén se mece: es el deber del Jefe enfrente del descreer rebelde; teme le desherede, le eche del edén, le fleten de res, le llenen de herretes; Esther le embebe, se mete en él, le vence: “Tenerme en el césped… tenerme trece veces… excederte… es… es… excelente Efrén”.
De repente el éter emerge del celeste Jefe: “¡Ejem! ¡Dejen de entenebrecerme, seres febles! ¡Vermes! Refléjenme, venérenme, échense, desesperen. Les generé de heces en el retrete del desdén, les presté el verde edén. Les exenté de fenecer. Les estrellé el éter. Les enderecé el pesebre. Les enseñé el deber… ¡Me entenebrecen, seres herejes, les perderé! ¡Recelen! Efrén, desde este mes debes merecer el jerez. Te meteré vehemente sed. Este deber te merme, te reste, te cercene… Esther, eres gente terrestre, plebe de rebelde, te he de vencer. Desde el belem, Efrén te despeche, te cele, te frene…”
El Jefe les expele, les mete reveses dementes, el eje del edén cede, el templete se estremece, el verde se desprende, se ennegrece el vergel. Se les ve perder el esplendente ser: Esther envejece, Efrén precede. El brete es de meses, de repente entrevé en el celere presente encenderse el éter: es el Rebelde.
-¡Eh, Esther, ven!, relee el deber. El jefe se excede.
-¿Prevees el tren del semestre?...
Me enteré del brete de gente decente en el este: nenes, bebés perecen. El clemente es el Hereje Rebelde: desprende el ente del crecer, mete el entender, cede excelentes mercedes. El Rebelde merece el belvedere…
-Esther, eres efervescente. Ten en mente el menester del Jefe, es rete vehemente, de repente crece, reverdece, expele seres…
-Ese vejete me prende. Es jefe, regente, gerente. Perennemente deberes: “llévenme el neceser”, “llénenme de peces”, “repten”, “trepen”, “dejen de verme”, “récenme preces”, “enderécense”, “respétenme”, “festéjenme”, “perseveren”, “refrénense”, “esperen”, “vegeten”, “déjense”. Se cree el Ser, el Tres Reyes; es el jején del edén.
-¡Esther! ¡Detente! ¿Pretendes descreer de Él?
-¡Efrén, temerle es endeblez! ¡El presente debe ser del Rebelde! Él es terrestre, es el envés del Jefe. De él es ese “dejen de depender”, ese “mézclense”, ese “bésense”, ese “deséense”. El entender debe extenderse.
-¡Esther, se te mete el Rebelde!
-¡Emerge Efrén!, eres decente. Despréndete de ese pelele, es memez de bebel. Ve de frente, mereces se te respete, se te deje beber, expeler semen, tenderte en el césped. Mereces se te revele el ser del éter celeste, se te eleve, se te deje emprender. El emprender es el eje del entender…
-Efrén se mece: es el deber del Jefe enfrente del descreer rebelde; teme le desherede, le eche del edén, le fleten de res, le llenen de herretes; Esther le embebe, se mete en él, le vence: “Tenerme en el césped… tenerme trece veces… excederte… es… es… excelente Efrén”.
De repente el éter emerge del celeste Jefe: “¡Ejem! ¡Dejen de entenebrecerme, seres febles! ¡Vermes! Refléjenme, venérenme, échense, desesperen. Les generé de heces en el retrete del desdén, les presté el verde edén. Les exenté de fenecer. Les estrellé el éter. Les enderecé el pesebre. Les enseñé el deber… ¡Me entenebrecen, seres herejes, les perderé! ¡Recelen! Efrén, desde este mes debes merecer el jerez. Te meteré vehemente sed. Este deber te merme, te reste, te cercene… Esther, eres gente terrestre, plebe de rebelde, te he de vencer. Desde el belem, Efrén te despeche, te cele, te frene…”
El Jefe les expele, les mete reveses dementes, el eje del edén cede, el templete se estremece, el verde se desprende, se ennegrece el vergel. Se les ve perder el esplendente ser: Esther envejece, Efrén precede. El brete es de meses, de repente entrevé en el celere presente encenderse el éter: es el Rebelde.
Los Bardos Cuentan
Debo confesar que en el
Marquesado de Carabás ha habido gran expectativa sobre el rumbo que pueden
llegar a tomar las cosas, tan es así que los campos reverdecen en invierno y
las aves no emigran sino que cantan trinos a las orillas de los caminos donde
los caminantes se detienen a escucharlos, me gustaría que puedas escucharlos
pronto.
En las fronteras, las falanges de infantería se han aprestado a los bordes de las murallas, la artillería esta recargada y presta, la caballería corre impaciente en círculos desgastando los cascos de los corceles esperando una señal. Los vigías asentados en altas torres señalan a través de estandartes de colores los movimientos de los vientos y las nubes, para no dejar ningún detalle a la suerte.
Y aunque la suerte nos favorece siempre, no confió en ella.
Un extraño sueño interpretado por uno de los magos ha puesto en alerta a los ejércitos, pronto aparecerá la señal que desborde nuestro ímpetu y fuerza, desconocemos como pueda está manifestarse, pero si sabemos que nos marcará el rumbo correcto a nuestro destino.
Sin embargo, ni yo mismo puedo asegurar la victoria. Solo aseguro que haré hasta lo inimaginable para conseguirla.
Porque eso solo dependerá de ti.
No es casual que en el mundo se
busquen cosas difíciles de alcanzar por que la belleza nos ciega de maneras que
nublan nuestros sentidos haciendo casi imperceptibles las distancias, los
sonidos y los olores de la realidad.En las fronteras, las falanges de infantería se han aprestado a los bordes de las murallas, la artillería esta recargada y presta, la caballería corre impaciente en círculos desgastando los cascos de los corceles esperando una señal. Los vigías asentados en altas torres señalan a través de estandartes de colores los movimientos de los vientos y las nubes, para no dejar ningún detalle a la suerte.
Y aunque la suerte nos favorece siempre, no confió en ella.
Un extraño sueño interpretado por uno de los magos ha puesto en alerta a los ejércitos, pronto aparecerá la señal que desborde nuestro ímpetu y fuerza, desconocemos como pueda está manifestarse, pero si sabemos que nos marcará el rumbo correcto a nuestro destino.
Sin embargo, ni yo mismo puedo asegurar la victoria. Solo aseguro que haré hasta lo inimaginable para conseguirla.
Porque eso solo dependerá de ti.
Hacia ya años que preparábamos nuestra incursión en tierras peligrosas y extrañas, de lejanos horizontes había llegado a mis oídos la extraña leyenda de una hermosa joya tan invaluable como la vida misma, sin duda alguna existen muchas que se dicen de este tipo, pero la peculiaridad de está, era su mágica cualidad de irradiar la luz del día en plena oscuridad, Incluso aunque no hubiese sido cierta esta cualidad, la fascinación de la idea de que en verdad pudiera existir, robo mi cordura, y no viví más sino para pensarme con ella.
Los bardos cantaban la
procedencia de la maravilla en un reino lejano en las mortales montañas del
Norte, sin duda alguna mi presencia alertaría a la tan afortunada ciudad
poseedora del tesoro, no sería la primera vez que alguien intentara acercársele
para buenas o malas intenciones, de las cuales las propias aun no había
definido con certeza; así, me hice pasar por un peregrino en su viaje a tierras
sagradas mas allá de las montañas. En el camino encontré un joven soldado que
fatigado por el viaje gustoso escucho las historias de mis andares pasados,
quedando tan sorprendido, me contó casi como un secreto la única cosa que lo
había extasiado en su corta vida: la maravillosa luz emanada de una piedra.
En el camino hacia nuestros
respectivos destinos él me contó de la incertidumbre acerca del origen de la
extraña gema, algunos decían que provenía del centro de la tierra donde existen
montañas de diamantes en constante ebullición, otros que es una semilla traída
de los campos donde dios siembra las estrellas, algunos mas cuentan que es la prisión del alma de una princesa
esperando a ser liberada, lo único que se puede afirmar es que durante la
noche, de ella emana una misteriosa luz que ilumina mil codos alrededor, es una pequeña piedra transparente con un
breve tono rosáceo sin mancha alguna, cortada en 12 caras engastada en un
dije de cuarzo.
La custodia de tal maravilla
corre a cargo de cientos de caballeros los cuales se aprestan en
cada uno de los campamentos ubicados en las faldas y subsecuentes
niveles de la montaña en cuya cima se encuentra
el magnífico palacio negro de
NIM, erigido en épocas remotas con el único fin de preservar las seguridad de sus tesoros,
impenetrable para cualquier ladrón o conquistador, pero no para mí.
El joven caballero
inadvertidamente traicionaba su solemne tarea al darme información tan valiosa.
La conversación tan apasionada me hizo perder la noción del tiempo y espacio,
no sé cuanto caminamos ni en qué dirección, pero al irnos adentrando en los
caminos rocosos de las montañas, horribles gemidos crisparon mi ánimo, mi
acompañante me tranquilizo diciéndome que las altas montañas también protegen
su tesoro, las formaciones naturales de roca provocaban que el eco de un ligero
susurro se convierta en un mortal grito de horror, así entre las altísimas
paredes que escoltan un incipiente riachuelo que nace de las mismas puertas del
castillo los cantos de las aves que pueblan los arbustos aledaños se
transforman en mil voces gritando tu nombre con desesperación, nadie puede
transitar por ese camino.
Mi amigo intento despedirse comentando que me seria mas fácil llegar a
tierras sagradas a través de un estrecho poco conocido de la montaña mas alta
de la formación, misma que llega abruptamente a un acantilado a mar abierto
donde podría continuar mi viaje improvisando una balsa.
Sin embargo mis planes eran
otros, le pedí casi rogándole que si me permitía conocer aquella maravilla de
la cual me habló, compartiría con él mis futuras andanzas y aventuras, las mas
gloriosas y peligrosas, en el fin del mundo, en el centro de la tierra y
en las míticas islas flotantes de oriente, conocería bestias magnificas y
pueblos casi salvajes, incluso si el vigor nos lo permitía nos
adueñaríamos de los tesoros de las tierras de los muertos. Mi lengua se movía
tan rápidamente recitando promesas hermosas que el joven caballero sucumbió a
mi petición. Entraría al Palacio Negro y vería la luz de la gema, la hermosa
luz de la bellísima gema.
jueves, 25 de octubre de 2012
Tenga para que se Entretenga. José Emilio Pacheco
Estimado señor: Le envío el informe confidencial que me pidió. Incluyo un recibo por mis honorarios. Le ruego se sirva cubrirlos mediante cheque o giro postal. Confío en que el precio de mis servicios le parezca justo. El informe salió más largo y detallado de lo que en un principio supuse. Tuve que redactarlo varias veces para lograr cierta claridad ante lo difícil y aun lo increíble del caso. Reciba los atentos saludos de
Ernesto Domínguez Puga
Detective Privado
Palma 10, despacho 52
México, Distrito Federal,
sábado 5 de mayo de 1972.
Informe confidencial
El 9 de agosto de 1943 la señora Olga Martínez de Andrade y su hijo de seis años, Rafael Andrade Martínez, salieron de su casa (Tabasco 106, colonia Roma). Iban a almorzar con doña Caridad Acevedo viuda de Martínez en su domicilio (Gelati 36 bis, Tacubaya). Ese día descansaba el chofer. El niño no quiso viajar en taxi: le pareció una aventura ir como los pobres en tranvía y autobús. Se adelantaron a la cita y a la señora Olga se le ocurrió pasear al niño por el cercano Bosque de Chapultepec.
Rafael se divirtió en los columpios y resbaladillas del Rancho de la Hormiga, atrás de la residencia presidencial (Los Pinos). Más tarde fueron por las calzadas hacia el lago y descansaron en la falda del cerro.
Llamó la atención de Olga un detalle que hoy mismo, tantos años después, pasa inadvertido a los transeúntes: los árboles de ese lugar tienen formas extrañas, se hallan como aplastados por un peso invisible. Esto no puede atribuirse al terreno caprichoso ni a la antigüedad. El administrador del Bosque informó que no son árboles vetustos como los ahuehuetes prehispánicos de las cercanías: datan del siglo XIX. Cuando actuaba como emperador de México, el archiduque Maximiliano ordenó sembrarlos en vista de que la zona resultó muy dañada en 1847, a consecuencia de los combates en Chapultepec y el asalto del Castillo por las tropas norteamericanas.
El niño estaba cansado y se tendió de espaldas en el suelo. Su madre tomó asiento en el tronco de uno de aquellos árboles que, si usted me lo permite, calificaré de sobrenaturales. Pasaron varios minutos. Olga sacó su reloj, se lo acercó a los ojos, vio que ya eran las dos de la tarde y debían irse a casa de la abuela. Rafael le suplicó que lo dejara un rato más. La señora aceptó de mala gana, inquieta porque en el camino se habían cruzado con varios aspirantes a torero quienes, ya desde entonces, practicaban al pie de la colina en un estanque seco, próximo al sitio que se asegura fue el baño de Moctezuma.
A la hora del almuerzo el Bosque había quedado desierto. No se escuchaba rumor de automóviles en las calzadas ni trajín de lanchas en el lago. Rafael se entretenía en obstaculizar con una ramita el paso de un caracol. En ese instante se abrió un rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre que dijo a Rafael:
-Déjalo. No lo molestes. Los caracoles no hacen daño y conocen el reino de los muertos.
Salió del subterráneo, fue hacia Olga, le tendió un periódico doblado y una rosa con un alfiler:
-Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda.
Olga dio las gracias, extrañada por la aparición del hombre y la amabilidad de sus palabras. Lo creyó un vigilante, un guardián del Castillo, y de momento no reparó en su vocabulario ni en el olor a humedad que se desprendía de su cuerpo y su ropa.
Mientras tanto Rafael se había acercado al desconocido y le preguntaba:
-¿Ahí vives?
-No: más abajo, más adentro.
-¿Y no tienes frío?
-La tierra en su interior está caliente.
-Llévame a conocer tu casa. Mamá ¿me das permiso?
-Niño, no molestes. Dale las gracias al señor y vámonos ya: tu abuelita nos está esperando.
-Señora, permítale asomarse. No lo deje con la curiosidad.
-Pero, Rafaelito, ese túnel debe de estar muy oscuro. ¿No te da miedo?
-No, mamá.
Olga asintió con gesto resignado. El hombre tomó de la mano a Rafael y dijo al empezar el descenso:
-Volveremos. Usted no se preocupe. Sólo voy a enseñarle la boca de la cueva.
-Cuídelo mucho, por favor. Se lo encargo.
Según el testimonio de parientes y amigos, Olga fue siempre muy distraída. Por tanto, juzgó normal la curiosidad de su hijo, aunque no dejaron de sorprenderla el aspecto y la cortesía del vigilante. Guardó la flor y desdobló el periódico. No pudo leerlo. Apenas tenía veintinueve años pero desde los quince necesitaba lentes bifocales y no le gustaba usarlos en público.
Pasó un cuarto de hora. El niño no regresaba. Olga se inquietó y fue hasta la entrada de la caverna subterránea. Sin atreverse a penetrar en ella, gritó con la esperanza de que Rafael y el hombre le contestaran. Al no obtener respuesta, bajó aterrorizada hasta el estanque seco. Dos aprendices de torero se adiestraban allí. Olga les informó de lo sucedido y les pidió ayuda.
Volvieron al lugar de los árboles extraños. Los torerillos cruzaron miradas al ver que no había ninguna cueva, ninguna boca de ningún pasadizo. Buscaron a gatas sin hallar el menor indicio. No obstante, en manos de Olga estaban la rosa, el alfiler, el periódico -y en el suelo, el caracol y la ramita.
Cuando Olga cayó presa de un auténtico shock, los torerillos entendieron la gravedad de lo que en principio habían juzgado una broma o una posibilidad de aventura. Uno de ellos corrió a avisar por teléfono desde un puesto a orillas del lago. El otro permaneció al lado de Olga e intentó calmarla.
Veinte minutos después se presentó en Chapultepec el ingeniero Andrade, esposo de Olga y padre de Rafael. En seguida aparecieron los vigilantes del Bosque, la policía, la abuela, los parientes, los amigos y desde luego la multitud de curiosos que siempre parece estar invisiblemente al acecho en todas partes y se materializa cuando sucede algo fuera de lo común.
El ingeniero tenía grandes negocios y estrecha amistad con el general Maximino Ávila Camacho. Modesto especialista en resistencia de materiales cuando gobernaba el general Lázaro Cárdenas, Andrade se había vuelto millonario en el nuevo régimen gracias a las concesiones de carreteras y puentes que le otorgó don Maximino. Como usted recordará, el hermano del presidente Manuel Ávila Camacho era el secretario de Comunicaciones, la persona más importante del gobierno y el hombre más temido de México. Bastó una orden suya para movilizar a la mitad de todos los efectivos policiales de la capital, cerrar el Bosque, detener e interrogar a los torerillos. Uno de sus ayudantes irrumpió en Palma 10 y me llevó a Chapultepec en un automóvil oficial. Dejé todo para cumplir con la orden de Ávila Camacho. Yo acababa de hacerle servicios de la índole más reservada y me honra el haber sido digno de su confianza.
Cuando llegué a Chapultepec hacia las cinco de la tarde, la búsqueda proseguía sin que se hubiese encontrado ninguna pista. Era tanto el poder de don Maximino que en el lugar de los hechos se hallaban para dirigir la investigación el general Miguel Z. Martínez, jefe de la policía capitalina, y el coronel José Gómez Anaya, director del Servicio Secreto.
Agentes y uniformados trataron, como siempre, de impedir mi labor. El ayudante dijo a los superiores el nombre de quien me ordenaba hacer una investigación paralela. Entonces me dejaron comprobar que en la tierra había rastros del niño, no así del hombre que se lo llevó.
El administrador del Bosque aseguró no tener conocimiento de que hubiera cuevas o pasadizos en Chapultepec. Una cuadrilla excavó el sitio en donde Olga juraba que había desaparecido su hijo. Sólo encontraron cascos de metralla y huesos muy antiguos. Por su parte, el general Martínez declaró a los reporteros que la existencia de túneles en México era sólo una más entre las muchas leyendas que envuelven el secreto de la ciudad. La capital está construida sobre el lecho de un lago; el subsuelo fangoso vuelve imposible esta red subterránea: en caso de existir, se hallaría anegada.
La caída de la noche obligó a dejar el trabajo para la mañana siguiente. Mientras se interrogaba a los torerillos en los separos de la Inspección, acompañé al ingeniero Andrade a la clínica psiquiátrica de Mixcoac donde atendían a Olga los médicos enviados por Ávila Camacho. Me permitieron hablar con ella y sólo saqué en claro lo que consta al principio de este informe.
Por los insultos que recibí en los periódicos no guardé recortes y ahora lo lamento. La radio difundió la noticia, los vespertinos ya no la alcanzaron. En cambio los diarios de la mañana desplegaron en primera plana y a ocho columnas lo que a partir de entonces fue llamado "El misterio de Chapultepec''.
Un pasquín ya desaparecido se atrevió a afirmar que Olga tenía relaciones con los dos torerillos. Chapultepec era el escenario de sus encuentros. El niño resultaba el inocente encubridor que al conocer la verdad tuvo que ser eliminado.
Otro periódico sostuvo que hipnotizaron a Olga y la hicieron creer que había visto lo que contó. En realidad el niño fue víctima de una banda de "robachicos''. (El término, traducido literalmente de kidnapers, se puso de moda en aquellos años por el gran número de secuestros que hubo en México durante la segunda guerra mundial.) Los bandidos no tardarían en pedir rescate o en mutilar a Rafael para obligarlo a la mendicidad.
Aún más irresponsable, cierta hoja inmunda engañó a sus lectores con la hipótesis de que Rafael fue capturado por una secta que adora dioses prehispánicos y practica sacrificios humanos en Chapultepec. (Como usted sabe, Chapultepec fue el bosque sagrado de los aztecas.) Según los miembros de la secta, la cueva oculta en este lugar es uno de los ombligos del planeta y la entrada al inframundo. Semejante idea parece basarse en una película de Cantinflas, El signo de la muerte.
En fin, la gente halló un escape de la miseria, las tensiones de la guerra, la escasez, la carestía, los apagones preventivos contra un bombardeo aéreo que por fortuna no llegó jamás, el descontento, la corrupción, la incertidumbre... Y durante algunas semanas se apasionó por el caso. Después, todo quedó olvidado para siempre.
Cada uno piensa distinto, cada cabeza es un mundo y nadie se pone de acuerdo en nada. Era un secreto a voces que para 1946 don Maximino ambicionaba suceder a don Manuel en la presidencia. Sus adversarios aseguraban que no vacilaría en recurrir al golpe militar y al fratricidio. Por tanto, de manera inevitable se le dio un sesgo político a este embrollo: a través de un semanario de oposición, sus enemigos civiles difundieron la calumnia de que don Maximino había ordenado el asesinato de Rafael con objeto de que el niño no informara al ingeniero Andrade de las relaciones que su protector sostenía con Olga.
El que escribió esa infamia amaneció muerto cerca de Topilejo, en la carretera de Cuernavaca. Entre su ropa se halló una nota de suicida en que el periodista manifestaba su remordimiento, hacía el elogio de Ávila Camacho y se disculpaba ante los Andrade. Sin embargo la difamación encontró un terreno fértil, ya que don Maximino, personaje extraordinario, tuvo un gusto proverbial por las llamadas "aventuras''. Además, la discreción, el profesionalismo, el respeto a su dolor y a sus actuales canas me impidieron decirle antes a usted que en 1943 Olga era bellísima, tan hermosa como las estrellas de Hollywood pero sin la intervención del maquillista ni el cirujano plástico.
Tan inesperadas derivaciones tenían que encontrar un hasta aquí. Gracias a métodos que no viene al caso describir, los torerillos firmaron una confesión que aclaró las dudas y acalló la maledicencia. Según consta en actas, el 9 de agosto de 1943 los adolescentes aprovechan la soledad del Bosque a las dos de la tarde y la mala vista de Olga para montar la farsa de la cueva y el vigilante misterioso. Enterados de la fortuna del ingeniero, que hasta entonces había hecho esfuerzos por ocultarla, se proponen llevarse al niño y exigir un rescate que les permita comprar su triunfo en las plazas de toros. Luego, atemorizados al ver que pisan terrenos del implacable hermano del presidente, los torerillos enloquecen de miedo, asesinan a Rafael, lo descuartizan y echan sus restos al Canal del Desagüe.
La opinión pública mostró credulidad y no exigió que se puntualizaran algunas contradicciones. Por ejemplo, ¿qué se hizo de la caverna subterránea por la que desapareció Rafael? ¿Quién era y en dónde se ocultaba el cómplice que desempeñó el papel de guardia? ¿Por qué, de acuerdo con el relato de la madre, fue el propio niño quien tuvo la iniciativa de entrar en el pasadizo? Y sobre todo ¿a qué horas pudieron los torerillos destazar a Rafael y arrojar los despojos a las aguas negras -situadas en su punto más próximo a unos veinte kilómetros de Chapultepec- si, como antes he dicho, uno llamó a la policía y al ingeniero Andrade, el otro permaneció al lado de Olga y ambos estaban en el lugar de los hechos cuando llegaron la familia y las autoridades?
Pero al fin y al cabo todo en este mundo es misterioso. No hay ningún hecho que pueda ser aclarado satisfactoriamente. Como tapabocas se publicaron fotos de la cabeza y el torso de un muchachito, vestigios extraídos del Canal del Desagüe. Pese a la avanzada descomposición, era evidente que el cadáver correspondía a un niño de once o doce años, y no de seis como Rafael. Esto sí no es problema: en México siempre que se busca un cadáver se encuentran muchos otros en el curso de la pesquisa.
Dicen que la mejor manera de ocultar algo es ponerlo a la vista de todos. Por ello y por la excitación del caso y sus inesperadas ramificaciones, se disculpará que yo no empezara por donde procedía: es decir, por interrogar a Olga acerca del individuo que capturó a su hijo. Es imperdonable -lo reconozco- haber considerado normal que el hombre le entregara una flor y un periódico y no haber insistido en examinar estas piezas.
Tal vez un presentimiento de lo que iba a encontrar me hizo posponer hasta lo último el verdadero interrogatorio. Cuando me presenté en la casa de Tabasco 106 los torerillos, convictos y confesos tras un juicio sumario, ya habían caído bajo los disparos de la ley fuga: en Mazatlán intentaron escapar de la cuerda en que iban a las Islas Marías para cumplir una condena de treinta años por secuestro y asesinato. Y ya todos, menos los padres, aceptaban que los restos hallados en las aguas negras eran los del niño Rafael Andrade Martínez.
Encontré a Olga muy desmejorada, como si hubiera envejecido varios años en unas cuantas semanas. Aún con la esperanza de recobrar a su hijo, se dio fuerzas para contestarme. Según mis apuntes taquigráficos, la conversación fue como sigue:
-Señora Andrade, en la clínica de Mixcoac no me pareció oportuno preguntarle ciertos detalles que ahora considero indispensables. En primer lugar ¿cómo vestía el hombre que salió de la tierra para llevarse a Rafael?
-De uniforme.
-¿Uniforme militar, de policía, de guardabosques?
-No, es que, sabe usted, no veo bien sin mis lentes. Pero no me gusta ponérmelos en público. Por eso pasó todo, por eso...
-Cálmate -intervino el ingeniero Andrade cuando su esposa comenzó a llorar.
-Perdone, no me contestó usted: ¿cómo era el uniforme?
-Azul, con adornos rojos y dorados. Parecía muy desteñido.
-¿Azul marino?
-Más bien azul claro, azul pálido.
-Continuemos. Apunté en mi libreta las palabras que le dijo el hombre al darle el periódico y la flor: "Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda.'' ¿No le parecen muy extrañas?
-Sí, rarísimas. Pero no me di cuenta. Qué estúpida. No me lo perdonaré jamás.
-¿Advirtió usted en el hombre algún otro rasgo fuera de lo común?
-Me parece estar oyéndolo: hablaba muy despacio y con acento.
-¿Acento regional o como si el español no fuera su lengua?
-Exacto: como si el español no fuera su lengua.
-Entonces ¿cuál era su acento?
-Déjeme ver... quizá... como alemán.
El ingeniero y yo nos miramos. Había muy pocos alemanes en México. Eran tiempos de guerra, no se olvide, y los que no estaban concentrados en el Castillo de Perote vivían bajo sospecha. Ninguno se hubiera atrevido a meterse en un lío semejante.
-¿Y él? ¿Cómo era él?
-Alto... sin pelo... Olía muy fuerte... como a humedad.
-Señora Olga, disculpe el atrevimiento, pero si el hombre era estrafalario ¿por qué dejó usted que Rafaelito bajara con él a la cueva?
-No sé, no sé. Por tonta, porque él me lo pidió, porque siempre lo he consentido mucho. Nunca pensé que pudiera ocurrirle nada malo... Espere, hay algo más: cuando el hombre se acercó vi que estaba muy pálido... ¿Cómo decirle...? Blancuzco... Eso es: como un caracol... un caracol fuera de su concha.
-Válgame Dios. Qué cosas se te ocurren -exclamó el ingeniero Andrade. Me estremecí. Para fingirme sereno enumeré:
-Bien, con que decía frases poco usuales, hablaba con acento alemán, llevaba uniforme azul pálido, olía mal y era fofo, viscoso. ¿Gordo, de baja estatura?
-No, señor, todo lo contrario: muy alto, muy delgado... Ah, además tenía barba.
-¿Barba? Pero si ya nadie usa barba -intervino el ingeniero Andrade.
-Pues él tenía -afirmó Olga.
Me atreví a preguntarle:
-¿Una barba como la de Maximiliano de Habsburgo, partida en dos sobre el mentón?
-No, no. Recuerdo muy bien la barba de Maximiliano. En casa de mi madre hay un cuadro del emperador y la emperatriz Carlota... No, señor, él no se parecía a Maximiliano. Lo suyo eran más bien mostachos o patillas... como grises o blancas... no sé.
La cara del ingeniero reflejó mi propio gesto de espanto. De nuevo quise aparentar serenidad y dije como si no tuviera importancia:
-¿Me permite examinar la revista que le dio el hombre?
-Era un periódico, creo yo. También guardé la flor y el alfiler en mi bolsa. Rafael ¿no te acuerdas qué bolsa llevaba?
-La recogí en Mixcoac y luego la guardé en tu ropero. Estaba tan alterado que no se me ocurrió abrirla.
Señor, en mi trabajo he visto cosas que horrorizarían a cualquiera. Sin embargo nunca había sentido ni he vuelto a sentir un miedo tan terrible como el que me dio cuando el ingeniero Andrade abrió la bolsa y nos mostró una rosa negra marchita (no hay en este mundo rosas negras), un alfiler de oro puro muy desgastado y un periódico amarillento que casi se deshizo cuando lo abrimos. Era La Gaceta del Imperio, con fecha del 2 de octubre de 1866. Más tarde nos enteramos de que sólo existe otro ejemplar en la Hemeroteca.
El ingeniero Andrade, que en paz descanse, me hizo jurar que guardaría el secreto. El general Maximino Ávila Camacho me recompensó sin medida y me exigió olvidarme del asunto. Ahora, pasados tantos años, confío en usted y me atrevo a revelar -a nadie más he dicho una palabra de todo esto- el auténtico desenlace de lo que llamaron los periodistas "El misterio de Chapultepec''. (Poco después la inesperada muerte de don Maximino iba a significar un nuevo enigma, abrir el camino al gobierno civil de Miguel Alemán y terminar con la época de los militares en el poder.)
Desde entonces hasta hoy, sin fallar nunca, la señora Olga Martínez viuda de Andrade camina todas las mañanas por el Bosque de Chapultepec hablando a solas. A las dos en punto de la tarde se sienta en el tronco vencido del mismo árbol con la esperanza de que algún día la tierra se abrirá para devolverle a su hijo o para llevarla, como los caracoles, al reino de los muertos. Pase usted por allí y la encontrará con el mismo vestido que llevaba el 8 de agosto de 1943: sentada en el tronco, inmóvil, esperando, esperando.
Encontrado en La Jornada, del 20 de julio de 1977.
Ernesto Domínguez Puga
Detective Privado
Palma 10, despacho 52
México, Distrito Federal,
sábado 5 de mayo de 1972.
Informe confidencial
El 9 de agosto de 1943 la señora Olga Martínez de Andrade y su hijo de seis años, Rafael Andrade Martínez, salieron de su casa (Tabasco 106, colonia Roma). Iban a almorzar con doña Caridad Acevedo viuda de Martínez en su domicilio (Gelati 36 bis, Tacubaya). Ese día descansaba el chofer. El niño no quiso viajar en taxi: le pareció una aventura ir como los pobres en tranvía y autobús. Se adelantaron a la cita y a la señora Olga se le ocurrió pasear al niño por el cercano Bosque de Chapultepec.
Rafael se divirtió en los columpios y resbaladillas del Rancho de la Hormiga, atrás de la residencia presidencial (Los Pinos). Más tarde fueron por las calzadas hacia el lago y descansaron en la falda del cerro.
Llamó la atención de Olga un detalle que hoy mismo, tantos años después, pasa inadvertido a los transeúntes: los árboles de ese lugar tienen formas extrañas, se hallan como aplastados por un peso invisible. Esto no puede atribuirse al terreno caprichoso ni a la antigüedad. El administrador del Bosque informó que no son árboles vetustos como los ahuehuetes prehispánicos de las cercanías: datan del siglo XIX. Cuando actuaba como emperador de México, el archiduque Maximiliano ordenó sembrarlos en vista de que la zona resultó muy dañada en 1847, a consecuencia de los combates en Chapultepec y el asalto del Castillo por las tropas norteamericanas.
El niño estaba cansado y se tendió de espaldas en el suelo. Su madre tomó asiento en el tronco de uno de aquellos árboles que, si usted me lo permite, calificaré de sobrenaturales. Pasaron varios minutos. Olga sacó su reloj, se lo acercó a los ojos, vio que ya eran las dos de la tarde y debían irse a casa de la abuela. Rafael le suplicó que lo dejara un rato más. La señora aceptó de mala gana, inquieta porque en el camino se habían cruzado con varios aspirantes a torero quienes, ya desde entonces, practicaban al pie de la colina en un estanque seco, próximo al sitio que se asegura fue el baño de Moctezuma.
A la hora del almuerzo el Bosque había quedado desierto. No se escuchaba rumor de automóviles en las calzadas ni trajín de lanchas en el lago. Rafael se entretenía en obstaculizar con una ramita el paso de un caracol. En ese instante se abrió un rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre que dijo a Rafael:
-Déjalo. No lo molestes. Los caracoles no hacen daño y conocen el reino de los muertos.
Salió del subterráneo, fue hacia Olga, le tendió un periódico doblado y una rosa con un alfiler:
-Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda.
Olga dio las gracias, extrañada por la aparición del hombre y la amabilidad de sus palabras. Lo creyó un vigilante, un guardián del Castillo, y de momento no reparó en su vocabulario ni en el olor a humedad que se desprendía de su cuerpo y su ropa.
Mientras tanto Rafael se había acercado al desconocido y le preguntaba:
-¿Ahí vives?
-No: más abajo, más adentro.
-¿Y no tienes frío?
-La tierra en su interior está caliente.
-Llévame a conocer tu casa. Mamá ¿me das permiso?
-Niño, no molestes. Dale las gracias al señor y vámonos ya: tu abuelita nos está esperando.
-Señora, permítale asomarse. No lo deje con la curiosidad.
-Pero, Rafaelito, ese túnel debe de estar muy oscuro. ¿No te da miedo?
-No, mamá.
Olga asintió con gesto resignado. El hombre tomó de la mano a Rafael y dijo al empezar el descenso:
-Volveremos. Usted no se preocupe. Sólo voy a enseñarle la boca de la cueva.
-Cuídelo mucho, por favor. Se lo encargo.
Según el testimonio de parientes y amigos, Olga fue siempre muy distraída. Por tanto, juzgó normal la curiosidad de su hijo, aunque no dejaron de sorprenderla el aspecto y la cortesía del vigilante. Guardó la flor y desdobló el periódico. No pudo leerlo. Apenas tenía veintinueve años pero desde los quince necesitaba lentes bifocales y no le gustaba usarlos en público.
Pasó un cuarto de hora. El niño no regresaba. Olga se inquietó y fue hasta la entrada de la caverna subterránea. Sin atreverse a penetrar en ella, gritó con la esperanza de que Rafael y el hombre le contestaran. Al no obtener respuesta, bajó aterrorizada hasta el estanque seco. Dos aprendices de torero se adiestraban allí. Olga les informó de lo sucedido y les pidió ayuda.
Volvieron al lugar de los árboles extraños. Los torerillos cruzaron miradas al ver que no había ninguna cueva, ninguna boca de ningún pasadizo. Buscaron a gatas sin hallar el menor indicio. No obstante, en manos de Olga estaban la rosa, el alfiler, el periódico -y en el suelo, el caracol y la ramita.
Cuando Olga cayó presa de un auténtico shock, los torerillos entendieron la gravedad de lo que en principio habían juzgado una broma o una posibilidad de aventura. Uno de ellos corrió a avisar por teléfono desde un puesto a orillas del lago. El otro permaneció al lado de Olga e intentó calmarla.
Veinte minutos después se presentó en Chapultepec el ingeniero Andrade, esposo de Olga y padre de Rafael. En seguida aparecieron los vigilantes del Bosque, la policía, la abuela, los parientes, los amigos y desde luego la multitud de curiosos que siempre parece estar invisiblemente al acecho en todas partes y se materializa cuando sucede algo fuera de lo común.
El ingeniero tenía grandes negocios y estrecha amistad con el general Maximino Ávila Camacho. Modesto especialista en resistencia de materiales cuando gobernaba el general Lázaro Cárdenas, Andrade se había vuelto millonario en el nuevo régimen gracias a las concesiones de carreteras y puentes que le otorgó don Maximino. Como usted recordará, el hermano del presidente Manuel Ávila Camacho era el secretario de Comunicaciones, la persona más importante del gobierno y el hombre más temido de México. Bastó una orden suya para movilizar a la mitad de todos los efectivos policiales de la capital, cerrar el Bosque, detener e interrogar a los torerillos. Uno de sus ayudantes irrumpió en Palma 10 y me llevó a Chapultepec en un automóvil oficial. Dejé todo para cumplir con la orden de Ávila Camacho. Yo acababa de hacerle servicios de la índole más reservada y me honra el haber sido digno de su confianza.
Cuando llegué a Chapultepec hacia las cinco de la tarde, la búsqueda proseguía sin que se hubiese encontrado ninguna pista. Era tanto el poder de don Maximino que en el lugar de los hechos se hallaban para dirigir la investigación el general Miguel Z. Martínez, jefe de la policía capitalina, y el coronel José Gómez Anaya, director del Servicio Secreto.
Agentes y uniformados trataron, como siempre, de impedir mi labor. El ayudante dijo a los superiores el nombre de quien me ordenaba hacer una investigación paralela. Entonces me dejaron comprobar que en la tierra había rastros del niño, no así del hombre que se lo llevó.
El administrador del Bosque aseguró no tener conocimiento de que hubiera cuevas o pasadizos en Chapultepec. Una cuadrilla excavó el sitio en donde Olga juraba que había desaparecido su hijo. Sólo encontraron cascos de metralla y huesos muy antiguos. Por su parte, el general Martínez declaró a los reporteros que la existencia de túneles en México era sólo una más entre las muchas leyendas que envuelven el secreto de la ciudad. La capital está construida sobre el lecho de un lago; el subsuelo fangoso vuelve imposible esta red subterránea: en caso de existir, se hallaría anegada.
La caída de la noche obligó a dejar el trabajo para la mañana siguiente. Mientras se interrogaba a los torerillos en los separos de la Inspección, acompañé al ingeniero Andrade a la clínica psiquiátrica de Mixcoac donde atendían a Olga los médicos enviados por Ávila Camacho. Me permitieron hablar con ella y sólo saqué en claro lo que consta al principio de este informe.
Por los insultos que recibí en los periódicos no guardé recortes y ahora lo lamento. La radio difundió la noticia, los vespertinos ya no la alcanzaron. En cambio los diarios de la mañana desplegaron en primera plana y a ocho columnas lo que a partir de entonces fue llamado "El misterio de Chapultepec''.
Un pasquín ya desaparecido se atrevió a afirmar que Olga tenía relaciones con los dos torerillos. Chapultepec era el escenario de sus encuentros. El niño resultaba el inocente encubridor que al conocer la verdad tuvo que ser eliminado.
Otro periódico sostuvo que hipnotizaron a Olga y la hicieron creer que había visto lo que contó. En realidad el niño fue víctima de una banda de "robachicos''. (El término, traducido literalmente de kidnapers, se puso de moda en aquellos años por el gran número de secuestros que hubo en México durante la segunda guerra mundial.) Los bandidos no tardarían en pedir rescate o en mutilar a Rafael para obligarlo a la mendicidad.
Aún más irresponsable, cierta hoja inmunda engañó a sus lectores con la hipótesis de que Rafael fue capturado por una secta que adora dioses prehispánicos y practica sacrificios humanos en Chapultepec. (Como usted sabe, Chapultepec fue el bosque sagrado de los aztecas.) Según los miembros de la secta, la cueva oculta en este lugar es uno de los ombligos del planeta y la entrada al inframundo. Semejante idea parece basarse en una película de Cantinflas, El signo de la muerte.
En fin, la gente halló un escape de la miseria, las tensiones de la guerra, la escasez, la carestía, los apagones preventivos contra un bombardeo aéreo que por fortuna no llegó jamás, el descontento, la corrupción, la incertidumbre... Y durante algunas semanas se apasionó por el caso. Después, todo quedó olvidado para siempre.
Cada uno piensa distinto, cada cabeza es un mundo y nadie se pone de acuerdo en nada. Era un secreto a voces que para 1946 don Maximino ambicionaba suceder a don Manuel en la presidencia. Sus adversarios aseguraban que no vacilaría en recurrir al golpe militar y al fratricidio. Por tanto, de manera inevitable se le dio un sesgo político a este embrollo: a través de un semanario de oposición, sus enemigos civiles difundieron la calumnia de que don Maximino había ordenado el asesinato de Rafael con objeto de que el niño no informara al ingeniero Andrade de las relaciones que su protector sostenía con Olga.
El que escribió esa infamia amaneció muerto cerca de Topilejo, en la carretera de Cuernavaca. Entre su ropa se halló una nota de suicida en que el periodista manifestaba su remordimiento, hacía el elogio de Ávila Camacho y se disculpaba ante los Andrade. Sin embargo la difamación encontró un terreno fértil, ya que don Maximino, personaje extraordinario, tuvo un gusto proverbial por las llamadas "aventuras''. Además, la discreción, el profesionalismo, el respeto a su dolor y a sus actuales canas me impidieron decirle antes a usted que en 1943 Olga era bellísima, tan hermosa como las estrellas de Hollywood pero sin la intervención del maquillista ni el cirujano plástico.
Tan inesperadas derivaciones tenían que encontrar un hasta aquí. Gracias a métodos que no viene al caso describir, los torerillos firmaron una confesión que aclaró las dudas y acalló la maledicencia. Según consta en actas, el 9 de agosto de 1943 los adolescentes aprovechan la soledad del Bosque a las dos de la tarde y la mala vista de Olga para montar la farsa de la cueva y el vigilante misterioso. Enterados de la fortuna del ingeniero, que hasta entonces había hecho esfuerzos por ocultarla, se proponen llevarse al niño y exigir un rescate que les permita comprar su triunfo en las plazas de toros. Luego, atemorizados al ver que pisan terrenos del implacable hermano del presidente, los torerillos enloquecen de miedo, asesinan a Rafael, lo descuartizan y echan sus restos al Canal del Desagüe.
La opinión pública mostró credulidad y no exigió que se puntualizaran algunas contradicciones. Por ejemplo, ¿qué se hizo de la caverna subterránea por la que desapareció Rafael? ¿Quién era y en dónde se ocultaba el cómplice que desempeñó el papel de guardia? ¿Por qué, de acuerdo con el relato de la madre, fue el propio niño quien tuvo la iniciativa de entrar en el pasadizo? Y sobre todo ¿a qué horas pudieron los torerillos destazar a Rafael y arrojar los despojos a las aguas negras -situadas en su punto más próximo a unos veinte kilómetros de Chapultepec- si, como antes he dicho, uno llamó a la policía y al ingeniero Andrade, el otro permaneció al lado de Olga y ambos estaban en el lugar de los hechos cuando llegaron la familia y las autoridades?
Pero al fin y al cabo todo en este mundo es misterioso. No hay ningún hecho que pueda ser aclarado satisfactoriamente. Como tapabocas se publicaron fotos de la cabeza y el torso de un muchachito, vestigios extraídos del Canal del Desagüe. Pese a la avanzada descomposición, era evidente que el cadáver correspondía a un niño de once o doce años, y no de seis como Rafael. Esto sí no es problema: en México siempre que se busca un cadáver se encuentran muchos otros en el curso de la pesquisa.
Dicen que la mejor manera de ocultar algo es ponerlo a la vista de todos. Por ello y por la excitación del caso y sus inesperadas ramificaciones, se disculpará que yo no empezara por donde procedía: es decir, por interrogar a Olga acerca del individuo que capturó a su hijo. Es imperdonable -lo reconozco- haber considerado normal que el hombre le entregara una flor y un periódico y no haber insistido en examinar estas piezas.
Tal vez un presentimiento de lo que iba a encontrar me hizo posponer hasta lo último el verdadero interrogatorio. Cuando me presenté en la casa de Tabasco 106 los torerillos, convictos y confesos tras un juicio sumario, ya habían caído bajo los disparos de la ley fuga: en Mazatlán intentaron escapar de la cuerda en que iban a las Islas Marías para cumplir una condena de treinta años por secuestro y asesinato. Y ya todos, menos los padres, aceptaban que los restos hallados en las aguas negras eran los del niño Rafael Andrade Martínez.
Encontré a Olga muy desmejorada, como si hubiera envejecido varios años en unas cuantas semanas. Aún con la esperanza de recobrar a su hijo, se dio fuerzas para contestarme. Según mis apuntes taquigráficos, la conversación fue como sigue:
-Señora Andrade, en la clínica de Mixcoac no me pareció oportuno preguntarle ciertos detalles que ahora considero indispensables. En primer lugar ¿cómo vestía el hombre que salió de la tierra para llevarse a Rafael?
-De uniforme.
-¿Uniforme militar, de policía, de guardabosques?
-No, es que, sabe usted, no veo bien sin mis lentes. Pero no me gusta ponérmelos en público. Por eso pasó todo, por eso...
-Cálmate -intervino el ingeniero Andrade cuando su esposa comenzó a llorar.
-Perdone, no me contestó usted: ¿cómo era el uniforme?
-Azul, con adornos rojos y dorados. Parecía muy desteñido.
-¿Azul marino?
-Más bien azul claro, azul pálido.
-Continuemos. Apunté en mi libreta las palabras que le dijo el hombre al darle el periódico y la flor: "Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda.'' ¿No le parecen muy extrañas?
-Sí, rarísimas. Pero no me di cuenta. Qué estúpida. No me lo perdonaré jamás.
-¿Advirtió usted en el hombre algún otro rasgo fuera de lo común?
-Me parece estar oyéndolo: hablaba muy despacio y con acento.
-¿Acento regional o como si el español no fuera su lengua?
-Exacto: como si el español no fuera su lengua.
-Entonces ¿cuál era su acento?
-Déjeme ver... quizá... como alemán.
El ingeniero y yo nos miramos. Había muy pocos alemanes en México. Eran tiempos de guerra, no se olvide, y los que no estaban concentrados en el Castillo de Perote vivían bajo sospecha. Ninguno se hubiera atrevido a meterse en un lío semejante.
-¿Y él? ¿Cómo era él?
-Alto... sin pelo... Olía muy fuerte... como a humedad.
-Señora Olga, disculpe el atrevimiento, pero si el hombre era estrafalario ¿por qué dejó usted que Rafaelito bajara con él a la cueva?
-No sé, no sé. Por tonta, porque él me lo pidió, porque siempre lo he consentido mucho. Nunca pensé que pudiera ocurrirle nada malo... Espere, hay algo más: cuando el hombre se acercó vi que estaba muy pálido... ¿Cómo decirle...? Blancuzco... Eso es: como un caracol... un caracol fuera de su concha.
-Válgame Dios. Qué cosas se te ocurren -exclamó el ingeniero Andrade. Me estremecí. Para fingirme sereno enumeré:
-Bien, con que decía frases poco usuales, hablaba con acento alemán, llevaba uniforme azul pálido, olía mal y era fofo, viscoso. ¿Gordo, de baja estatura?
-No, señor, todo lo contrario: muy alto, muy delgado... Ah, además tenía barba.
-¿Barba? Pero si ya nadie usa barba -intervino el ingeniero Andrade.
-Pues él tenía -afirmó Olga.
Me atreví a preguntarle:
-¿Una barba como la de Maximiliano de Habsburgo, partida en dos sobre el mentón?
-No, no. Recuerdo muy bien la barba de Maximiliano. En casa de mi madre hay un cuadro del emperador y la emperatriz Carlota... No, señor, él no se parecía a Maximiliano. Lo suyo eran más bien mostachos o patillas... como grises o blancas... no sé.
La cara del ingeniero reflejó mi propio gesto de espanto. De nuevo quise aparentar serenidad y dije como si no tuviera importancia:
-¿Me permite examinar la revista que le dio el hombre?
-Era un periódico, creo yo. También guardé la flor y el alfiler en mi bolsa. Rafael ¿no te acuerdas qué bolsa llevaba?
-La recogí en Mixcoac y luego la guardé en tu ropero. Estaba tan alterado que no se me ocurrió abrirla.
Señor, en mi trabajo he visto cosas que horrorizarían a cualquiera. Sin embargo nunca había sentido ni he vuelto a sentir un miedo tan terrible como el que me dio cuando el ingeniero Andrade abrió la bolsa y nos mostró una rosa negra marchita (no hay en este mundo rosas negras), un alfiler de oro puro muy desgastado y un periódico amarillento que casi se deshizo cuando lo abrimos. Era La Gaceta del Imperio, con fecha del 2 de octubre de 1866. Más tarde nos enteramos de que sólo existe otro ejemplar en la Hemeroteca.
El ingeniero Andrade, que en paz descanse, me hizo jurar que guardaría el secreto. El general Maximino Ávila Camacho me recompensó sin medida y me exigió olvidarme del asunto. Ahora, pasados tantos años, confío en usted y me atrevo a revelar -a nadie más he dicho una palabra de todo esto- el auténtico desenlace de lo que llamaron los periodistas "El misterio de Chapultepec''. (Poco después la inesperada muerte de don Maximino iba a significar un nuevo enigma, abrir el camino al gobierno civil de Miguel Alemán y terminar con la época de los militares en el poder.)
Desde entonces hasta hoy, sin fallar nunca, la señora Olga Martínez viuda de Andrade camina todas las mañanas por el Bosque de Chapultepec hablando a solas. A las dos en punto de la tarde se sienta en el tronco vencido del mismo árbol con la esperanza de que algún día la tierra se abrirá para devolverle a su hijo o para llevarla, como los caracoles, al reino de los muertos. Pase usted por allí y la encontrará con el mismo vestido que llevaba el 8 de agosto de 1943: sentada en el tronco, inmóvil, esperando, esperando.
Encontrado en La Jornada, del 20 de julio de 1977.
El Niño Lobo del Cine Mari. José María Merino
La doctora estaba en lo cierto: ningún proceso anormal se
desarrollaba dentro del pequeño cerebro, ninguna perturbación
patológica. Sin embargo, si hubiese podido leer el mensaje contenido en
los impulsos que habían determinado aquellas líneas sinuosas, se
hubiera sorprendido al encontrar un universo ten exuberante: el niño
era un pequeño corneta que tocaba a la carga en el desierto, mientras
ondeaba el estandarte del regimiento y los jinetes de Toro Sentado
preparaban también sus corceles y sus armas, hasta que el páramo
polvoriento se convertía en una selva de nutrida vegetación alrededor
de una laguna de aguas oscuras, en la que el niño estaba a punto de ser
atacado por un cocodrilo, y en ese momento resonaba entre el follaje la
larga escala de la voz de Tarzán, que acudía para salvarle saltando de
liana en liana, seguido de la fiel Chita. O la selva se transmutaba sin
transición en una playa extensa; entre la arena de la orilla reposaba
una botella de largo cuello, que había sido arrojada por las olas; el
niño encontraba la botella, la destapaba, y de su interior salía una
pequeña columnilla de humo que al punto iba creciendo y creciendo hasta
llegar a los cielos y convertirse en un terrible gigante verdoso, de
larga coleta en su cabeza afeitada y uñas en las manos y en los pies,
curvas como zarpas. Pero antes de que la amenaza del gigante se
concretase de un modo claro, la playa era un navío, un buque sobre las
olas del Pacífico, y el niño acompañaba a aquel otro muchacho. hijo del
posadero, en la singladura que les llevaba hasta la isla donde se
oculta el tesoro del viejo y feroz pirata.
Una vez más, la doctora observó perpleja las formas de aquellas
ondas. Como de costumbre, no presentaban variaciones especiales. Las
frecuencias seguían sin proclamar algún cuadro particularmente extraño.
Las ondas no ofrecían ninguna alteración insólita, pero el niño
permanecía insensible al mundo que le rodeaba, como una estatua viva y
embobada.
El niño apareció cuando derribaron el Cine Mari. Tendría unos nueve
años, e iba vestido con un traje marrón sin solapas, de pantalón corto,
y una camisa de piqué. Calzaba zapatos marrones y calcetines blancos.
La máquina echó abajo la última pared del sótano (en la que se
marcaban las huellas grotescas que habían dejado los urinarios, los
lavabos y los espejos, y por donde asomaban, como extraños hocicos o
bocas, los bordes seccionados de las tuberías) y, tras la polvoreda,
apareció el niño, de pie en medio de aquel montón de cascotes y
escombros, mirando fijamente a la máquina, que el conductor detuvo
bruscamente, mientras le increpaba, gritando:
-Pero qué haces ahí, chaval. Quítate ahora mismo.
El niño no respondía. Estaba pasmado, ausente. Hubo que apartarlo.
Mientras las máquinas proseguían su tarea destructora, le sacaron al
callejón, frente a las carteleras ya vacías cuyos cristales sucios
proclamaban una larga clausura, y le preguntaban.
Pero el niño no contestó: no les dijo cómo se llamaba, ni dónde
vivía. No les dio atisbo alguno de su identidad. Al cabo, se lo
llevaron a la comisaría. Aquel raro atildamiento de maniquí antiguo, y
el perenne mutismo, desconcertaban a los guardias. Aldía siguiente, las
dos emisoras daban la curiosa noticia, y en el periódico, por la
mañana, salió una fotografía del niño, con su rictus serio y aquellos
ojos fijos y ausentes.
La doctora puso en marcha el aparato y comenzó a oírse otra vez el
cuento. En el niño hubo un breve respingo, y sus ojos bizquearon
levemente, como agudizando una supuesta atención cuyo origen tampoco
podía ser comprobado. Tanto los sonidos reproducidos a través de algún
instrumento como las imágenes proyectadas de modo artificial, le hacían
reaccionar del mismo modo, y producían unas ondas como de emoción o
súbito interés. La doctora suspiró y le palmeó las pequeñas manos,
dobladas sobre el regazo.
-Pero di algo.
El niño, una vez más, permanecía silencioso y absorto.
Al parecer, su nombre era Pedro. Al poco tiempo de haberse publicado
la foto en el periódico, una señora llorosa se presentaba en la
redacción con la increíble nueva de que el niño era hijo suyo, un hijo
desaparecido hace treinta años. La señora era viuda de un fiscal
notorio por su dureza. Le acompañaban una hija cuarentona. Extendió
sobre la mesa del director una serie de fotos de primera comunión en
que era evidente el parecido. Acabaron por entregarle el niño a la
señora, al menos mientras el casose aclaraba definitivamente.
El hecho de que un niño desaparecido treinta años antes (en un suceso
misterioso que había conmovido a la ciudad y en el que se había aludido
a causas de venganzas oscuras) apareciese de aquel modo, como si sólo
hubiesen transcurrido unas horas, era tan extraño, tan fuera del normal
acontecer, que a partir del momento en que se le atribuyó aquella
identidad, ni la prensa ni la radio volvieron a hacerse eco de la
noticia, como si el voluntario silencio pudiese limitar de algún modo
lo monstruoso del caso.
Sin embargo, el asunto era objeto de toda clase de hipótesis,
comentarios y conclusiones en mercados y peluquerías, oficinas y
tertulias y, por supuesto, en cada uno de los hogares. Hasta tal punto
el tema parecía extraño, que los amigos de la familia dudaban si lo más
adecuado sería darle a la madre la enhorabuena o el pésame.
Al aparecido le llamaron "el niño lobo" desde que ingresó en la
Residencia, aunque la doctora señalaba lo impropio de la denominación,
ya que el niño no manifestaba ningún comportamiento por el que pudiese
ser asimilado a aquel tipo de fenómenos, sino sólo una especie de
catatonía, de rara estupefacción. Sin embargo, las extrañas
circunstancias de su aparición, aquella presencia alucinada, sugerían
realmente que el niño hubiese sido recuperado fortuitamente de algún
remoto entorno, virgen de presenciahumana.
Puso música y el niño tuvo otro pequeño sobresalto. Era un niño muy
guapo. Ahora la miraba como si quisiera decirle algo, pero ella sabía
que era inútil animarle. Aquella supuesta intención era sólo una
figuración suya. El desconocido pensamiento del niño estaba muy lejos.
Era una verdadera pena.
-No te voy a llevar al cine -dijo la doctora.
Primero, le reconocieron en la Residencia. Luego, la familia le había
trasladado a Madrid, buscando esa mayor ciencia que siempre en
provincias se atribuye a la capital. Pero no hubo mejores resultados.
Cuando volvió, el niño mantenía la misma presencia atónita y, aunque
las hermanas hablaban de llevarle a California (donde al parecer las
cosas del cerebro estaban muy estudiadas), la madre se había
acostumbrado ya a la presencia inerte de aquel muñeco de carne y hueso,
y posponía la decisión de separarse de él.
De vuelta a la ciudad, el niño seguía subiendo a la Residencia, donde
la doctora le miraba todas las semanas. La doctora era bastante joven,
y se estaba tomando el caso con mucho interés. Además de las
connotaciones médicas y científicas del asunto, lefascinaba la
impasibilidad de aquel ser mudo, cuyos ojos parecían mostrar, junto a
un gran olvido, un desolado desconcierto.
La evidente influencia que producía en el cerebro del niño cualquier
imagen o sonido proyectado a través de medios artificiales, le había
sugerido la idea de llevarle al cine. La doctora era poco aficionada al
cine, sobre todo por una falta de costumbre que provenía de su origen
rural, de un internado severo de monjas y de una carrera realizada con
bastantes esfuerzos y poco tiempo de ocio. Sus descansos vespertinos
solía emplearlos en la lectura de temas vinculados a su profesión, y
sólo de modo ocasional (y más como ejercitando un obligado rito
colectivo, donde lo menos significativo era el espectáculo en sí)
asistía a la proyección de alguna película que la publicidad o los
compañeros proclamaban como verdaderamente importante.
La idea le surgió al ver las largas colas llenas de niños que
rodeaban al Emperador. Al parecer, se trataba de una de esas películas
de enorme éxito en todas partes, que se pregonan como muy apropiadas al
público infantil, con batallas espaciales y mundos imaginarios.
La doctora se proponía observar cuidadosamente al niño a lo largo de
toda la sesión, escrutando el pulso, la respiración y otras
manifestaciones físicas del posible impacto que la visión de la
película pudiese tener en aquel ánimo misteriosamente ajeno.
Le observó durante los primeros minutos de proyección. El niño se
había acurrucado en la butaca y observaba la pantalla con una avidez de
apariencia inteligente. Mientras tanto, la historia comenzaba a
desarrollarse. Una espectacular nave aérea perseguía a otra navecilla
por un espacio infinito, fulgurante de estrellas, muy bien simulado. La
nave perseguidora hace funcionar su artillería. La pequeña nave es
alcanzada por los disparos de raro zumbido, y atrapada al fin por medio
de poderosos mecanismos. El vencedor llega para conocer su presa. Es
una estampa atroz: una figura alta, oscura, con un gran casco negro
parecido al del ejército, cuyo rostro está recubierto por una mezcla
imprecisa de animales y objetos: ratas, mandriles, cerdos, caretas
antigás.
Entonces, el niño extendió su mano y sujetó con fuerza la de la
doctora. Ella sintió la sorpresa de aquel gesto con un impacto más que
físico. Exclamó el nombre del niño. Le observó de cerca, al reflejo de
las grandes imágenes multicolores. En los ojosinfantiles persistía
aquella mirada inteligente, absorta en la percepción óptica, y la
doctora sintió una alegría esperanzada.
La princesa ha sido capturada, aunque ha conseguido lanzar un mensaje
que sus perseguidores no advirtieron. Mientras tanto, sus robots llegan
a un desierto reverberante, cuya larga, soledad sólo presiden los
restos de gigantescos esqueletos. El cielo está inundado de un extraño
color, en un crepúsculo de varios soles simultáneos.
Sin darse cuenta, la atención de la doctora se distrajo en aquella
insólita aventura y no percibió que el niño había soltado su mano. El
niño había soltado su mano, y atravesaba la oscuridad multicolor,
ascendía por la rampa de la nave, conseguía introducirse en ella como
disimulado polizón.
La nave corría rápidamente el espacio oscuro, lleno de estrellas, que
la rodeaba como un cobijo. Los héroes vigilaban el fondo del cielo para
prevenir la aparición del enemigo.
Al fin, la doctora se dio cuenta de que el pequeño había soltado su
mano y volvió la cabeza a la butaca inmediata. Pero el niño ya no
estaba y, del mismo modo que había sucedido en aquella lejana
desaparicón primera, la búsqueda fue completamente infructuosa.
Cuentos del Reino Secreto.
desarrollaba dentro del pequeño cerebro, ninguna perturbación
patológica. Sin embargo, si hubiese podido leer el mensaje contenido en
los impulsos que habían determinado aquellas líneas sinuosas, se
hubiera sorprendido al encontrar un universo ten exuberante: el niño
era un pequeño corneta que tocaba a la carga en el desierto, mientras
ondeaba el estandarte del regimiento y los jinetes de Toro Sentado
preparaban también sus corceles y sus armas, hasta que el páramo
polvoriento se convertía en una selva de nutrida vegetación alrededor
de una laguna de aguas oscuras, en la que el niño estaba a punto de ser
atacado por un cocodrilo, y en ese momento resonaba entre el follaje la
larga escala de la voz de Tarzán, que acudía para salvarle saltando de
liana en liana, seguido de la fiel Chita. O la selva se transmutaba sin
transición en una playa extensa; entre la arena de la orilla reposaba
una botella de largo cuello, que había sido arrojada por las olas; el
niño encontraba la botella, la destapaba, y de su interior salía una
pequeña columnilla de humo que al punto iba creciendo y creciendo hasta
llegar a los cielos y convertirse en un terrible gigante verdoso, de
larga coleta en su cabeza afeitada y uñas en las manos y en los pies,
curvas como zarpas. Pero antes de que la amenaza del gigante se
concretase de un modo claro, la playa era un navío, un buque sobre las
olas del Pacífico, y el niño acompañaba a aquel otro muchacho. hijo del
posadero, en la singladura que les llevaba hasta la isla donde se
oculta el tesoro del viejo y feroz pirata.
Una vez más, la doctora observó perpleja las formas de aquellas
ondas. Como de costumbre, no presentaban variaciones especiales. Las
frecuencias seguían sin proclamar algún cuadro particularmente extraño.
Las ondas no ofrecían ninguna alteración insólita, pero el niño
permanecía insensible al mundo que le rodeaba, como una estatua viva y
embobada.
El niño apareció cuando derribaron el Cine Mari. Tendría unos nueve
años, e iba vestido con un traje marrón sin solapas, de pantalón corto,
y una camisa de piqué. Calzaba zapatos marrones y calcetines blancos.
La máquina echó abajo la última pared del sótano (en la que se
marcaban las huellas grotescas que habían dejado los urinarios, los
lavabos y los espejos, y por donde asomaban, como extraños hocicos o
bocas, los bordes seccionados de las tuberías) y, tras la polvoreda,
apareció el niño, de pie en medio de aquel montón de cascotes y
escombros, mirando fijamente a la máquina, que el conductor detuvo
bruscamente, mientras le increpaba, gritando:
-Pero qué haces ahí, chaval. Quítate ahora mismo.
El niño no respondía. Estaba pasmado, ausente. Hubo que apartarlo.
Mientras las máquinas proseguían su tarea destructora, le sacaron al
callejón, frente a las carteleras ya vacías cuyos cristales sucios
proclamaban una larga clausura, y le preguntaban.
Pero el niño no contestó: no les dijo cómo se llamaba, ni dónde
vivía. No les dio atisbo alguno de su identidad. Al cabo, se lo
llevaron a la comisaría. Aquel raro atildamiento de maniquí antiguo, y
el perenne mutismo, desconcertaban a los guardias. Aldía siguiente, las
dos emisoras daban la curiosa noticia, y en el periódico, por la
mañana, salió una fotografía del niño, con su rictus serio y aquellos
ojos fijos y ausentes.
La doctora puso en marcha el aparato y comenzó a oírse otra vez el
cuento. En el niño hubo un breve respingo, y sus ojos bizquearon
levemente, como agudizando una supuesta atención cuyo origen tampoco
podía ser comprobado. Tanto los sonidos reproducidos a través de algún
instrumento como las imágenes proyectadas de modo artificial, le hacían
reaccionar del mismo modo, y producían unas ondas como de emoción o
súbito interés. La doctora suspiró y le palmeó las pequeñas manos,
dobladas sobre el regazo.
-Pero di algo.
El niño, una vez más, permanecía silencioso y absorto.
Al parecer, su nombre era Pedro. Al poco tiempo de haberse publicado
la foto en el periódico, una señora llorosa se presentaba en la
redacción con la increíble nueva de que el niño era hijo suyo, un hijo
desaparecido hace treinta años. La señora era viuda de un fiscal
notorio por su dureza. Le acompañaban una hija cuarentona. Extendió
sobre la mesa del director una serie de fotos de primera comunión en
que era evidente el parecido. Acabaron por entregarle el niño a la
señora, al menos mientras el casose aclaraba definitivamente.
El hecho de que un niño desaparecido treinta años antes (en un suceso
misterioso que había conmovido a la ciudad y en el que se había aludido
a causas de venganzas oscuras) apareciese de aquel modo, como si sólo
hubiesen transcurrido unas horas, era tan extraño, tan fuera del normal
acontecer, que a partir del momento en que se le atribuyó aquella
identidad, ni la prensa ni la radio volvieron a hacerse eco de la
noticia, como si el voluntario silencio pudiese limitar de algún modo
lo monstruoso del caso.
Sin embargo, el asunto era objeto de toda clase de hipótesis,
comentarios y conclusiones en mercados y peluquerías, oficinas y
tertulias y, por supuesto, en cada uno de los hogares. Hasta tal punto
el tema parecía extraño, que los amigos de la familia dudaban si lo más
adecuado sería darle a la madre la enhorabuena o el pésame.
Al aparecido le llamaron "el niño lobo" desde que ingresó en la
Residencia, aunque la doctora señalaba lo impropio de la denominación,
ya que el niño no manifestaba ningún comportamiento por el que pudiese
ser asimilado a aquel tipo de fenómenos, sino sólo una especie de
catatonía, de rara estupefacción. Sin embargo, las extrañas
circunstancias de su aparición, aquella presencia alucinada, sugerían
realmente que el niño hubiese sido recuperado fortuitamente de algún
remoto entorno, virgen de presenciahumana.
Puso música y el niño tuvo otro pequeño sobresalto. Era un niño muy
guapo. Ahora la miraba como si quisiera decirle algo, pero ella sabía
que era inútil animarle. Aquella supuesta intención era sólo una
figuración suya. El desconocido pensamiento del niño estaba muy lejos.
Era una verdadera pena.
-No te voy a llevar al cine -dijo la doctora.
Primero, le reconocieron en la Residencia. Luego, la familia le había
trasladado a Madrid, buscando esa mayor ciencia que siempre en
provincias se atribuye a la capital. Pero no hubo mejores resultados.
Cuando volvió, el niño mantenía la misma presencia atónita y, aunque
las hermanas hablaban de llevarle a California (donde al parecer las
cosas del cerebro estaban muy estudiadas), la madre se había
acostumbrado ya a la presencia inerte de aquel muñeco de carne y hueso,
y posponía la decisión de separarse de él.
De vuelta a la ciudad, el niño seguía subiendo a la Residencia, donde
la doctora le miraba todas las semanas. La doctora era bastante joven,
y se estaba tomando el caso con mucho interés. Además de las
connotaciones médicas y científicas del asunto, lefascinaba la
impasibilidad de aquel ser mudo, cuyos ojos parecían mostrar, junto a
un gran olvido, un desolado desconcierto.
La evidente influencia que producía en el cerebro del niño cualquier
imagen o sonido proyectado a través de medios artificiales, le había
sugerido la idea de llevarle al cine. La doctora era poco aficionada al
cine, sobre todo por una falta de costumbre que provenía de su origen
rural, de un internado severo de monjas y de una carrera realizada con
bastantes esfuerzos y poco tiempo de ocio. Sus descansos vespertinos
solía emplearlos en la lectura de temas vinculados a su profesión, y
sólo de modo ocasional (y más como ejercitando un obligado rito
colectivo, donde lo menos significativo era el espectáculo en sí)
asistía a la proyección de alguna película que la publicidad o los
compañeros proclamaban como verdaderamente importante.
La idea le surgió al ver las largas colas llenas de niños que
rodeaban al Emperador. Al parecer, se trataba de una de esas películas
de enorme éxito en todas partes, que se pregonan como muy apropiadas al
público infantil, con batallas espaciales y mundos imaginarios.
La doctora se proponía observar cuidadosamente al niño a lo largo de
toda la sesión, escrutando el pulso, la respiración y otras
manifestaciones físicas del posible impacto que la visión de la
película pudiese tener en aquel ánimo misteriosamente ajeno.
Le observó durante los primeros minutos de proyección. El niño se
había acurrucado en la butaca y observaba la pantalla con una avidez de
apariencia inteligente. Mientras tanto, la historia comenzaba a
desarrollarse. Una espectacular nave aérea perseguía a otra navecilla
por un espacio infinito, fulgurante de estrellas, muy bien simulado. La
nave perseguidora hace funcionar su artillería. La pequeña nave es
alcanzada por los disparos de raro zumbido, y atrapada al fin por medio
de poderosos mecanismos. El vencedor llega para conocer su presa. Es
una estampa atroz: una figura alta, oscura, con un gran casco negro
parecido al del ejército, cuyo rostro está recubierto por una mezcla
imprecisa de animales y objetos: ratas, mandriles, cerdos, caretas
antigás.
Entonces, el niño extendió su mano y sujetó con fuerza la de la
doctora. Ella sintió la sorpresa de aquel gesto con un impacto más que
físico. Exclamó el nombre del niño. Le observó de cerca, al reflejo de
las grandes imágenes multicolores. En los ojosinfantiles persistía
aquella mirada inteligente, absorta en la percepción óptica, y la
doctora sintió una alegría esperanzada.
La princesa ha sido capturada, aunque ha conseguido lanzar un mensaje
que sus perseguidores no advirtieron. Mientras tanto, sus robots llegan
a un desierto reverberante, cuya larga, soledad sólo presiden los
restos de gigantescos esqueletos. El cielo está inundado de un extraño
color, en un crepúsculo de varios soles simultáneos.
Sin darse cuenta, la atención de la doctora se distrajo en aquella
insólita aventura y no percibió que el niño había soltado su mano. El
niño había soltado su mano, y atravesaba la oscuridad multicolor,
ascendía por la rampa de la nave, conseguía introducirse en ella como
disimulado polizón.
La nave corría rápidamente el espacio oscuro, lleno de estrellas, que
la rodeaba como un cobijo. Los héroes vigilaban el fondo del cielo para
prevenir la aparición del enemigo.
Al fin, la doctora se dio cuenta de que el pequeño había soltado su
mano y volvió la cabeza a la butaca inmediata. Pero el niño ya no
estaba y, del mismo modo que había sucedido en aquella lejana
desaparicón primera, la búsqueda fue completamente infructuosa.
Cuentos del Reino Secreto.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Tres Hombres que Caminan
Hoy es cumpleaños de mi amigo, y por algún extraño capricho de esos que me surgen siempre, a veces tan extraños y a veces tan simples he decidido este año no felicitar a nadie por su natalicio (dice Benedetti felicitarte por tu cumpleaños seria tan injusto con tus cumple días y añado yo, sería también tan injusto con tus cumple horas) pero la necesidad de expresar mi admiración, cariño y respeto hacia mis amigos (varones, de mis amigas hablare posteriormente) que son cuatro y no son uno, me lleva a hablar de tres por petición de fuerzas superiores y por consejo de sabias voluntades:
Dos hombres caminando
en faena ardua e impaciente
de llegar a algún lugar
conocieronse hablando
a su vez con un extraño
que gustaba de cantar,
presentaronse con nombres
algo raros e importantes
de dos tipos que hace años
eran del mundo gobernantes,
el tercero había creído
que el camino aburrido
era mejor compartir,
la distancia entre los pasos
dependiendo de la charla
se hacían cortos
o se hacían largos
unas veces bajo lluvia
y otras veces bajo sol
cada uno
su propia historia contó,
a sabiendas de sus fuerzas
cada uno hacia de guía
según él mismo conocía
las rocas de su tierra,
nadie nunca preguntaba
hacia donde el otro dirigía
con nostalgia la mirada
porque ya todos sabían,
pero entonces con los años
olividaronse los nombres
y por vergüenza a preguntar
dejaron de llamarse
según su fe
e inventaron un apodo
¿apropiado?… muy poco
pero fácil de recordar
y dirigiéndose uno al otro
se decían:
Amigo que bueno es caminar contigo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)